viernes, 24 de noviembre de 2023

CINCO ESQUINAS

  No es una esquina, son cinco. Parece que se están enfrentando. Rompen con la lógica de las cuatro puntas de las bocacalles, rompen con la normalidad del tránsito de cualquier paisaje. Son las cinco esquinas para todos los del barrio. No tienen la clásica distribución simétrica y eso las hace especiales desde el vamos.

  Un enorme escudo de Lanús que dice “Los pibes del Oeste” es una de las caras de estas esquinas, como carta de presentación. “No se cómo explicarlo porque sentirlo es mejor, la barra XIV”, también aclara uno de los laterales. Al otro lo acompaña la frase “En el sur somos todos de Lanús” con la firma del Diego, que no es de nadie y es de todos.

  Otra de las caras tiene su cara, con una pequeña barba y los colores nacionales. Los ojos y la boca sobre el blanco, el pelo y la pera sobre el celeste. Algunos pasan y lo tocan, lo saludan como un ritual, como uno que no está, pero estará siempre.

   Sobre el lateral de la cara de Maradona está el espacio que en épocas electorales se utiliza para poner el nombre del candidato y el cargo que quiere ocupar. Justo en diagonal acompaña un palo de luz con la cara de dos candidatos opuestos. La política, siempre local, intercede en el paisaje. Un camión blanco con la caja celeste se acuesta sobre la calle tapando el nombre del candidato.

  En otra esquina hay un viejo quisco que ya no está operativo. Tiene un pequeño techito de esos que se abren las hojas con una manivela, algo gastado, con un poco de oxido. Arriba tiene un balcón extraño con una ventana pegada. A modo de ofrenda tiene unas flores en una botella cortada, sobre una ventana blanca cerrada. Es una imagen de otra época, sin dudar.

  A la vuelta del viejo quiosco está la carnicería del barrio. De ahí salen personas derrotadas por los precios pero con sus bolsas de comprar. Una señora se sube a la bici y trata de atar su bolsita roja al manubrio. No lo consigue y se anima a pedalear con la mano derecha sosteniendo la gloriosa y salada carne, mientras la izquierda agarra fuerte el manubrio.

  En la tercera esquina, por ponerle un número a las ochavas, un portón negro con algunas manchas amarillas irrumpe la pared donde antes (en clara evidencia) se lucía la frase “Mi felicidad es poder contemplarte”. Se ve que el vecino prestó la pared y después pegó un autito. Las calles del Conurbano no están para dejar dormir un coche afuera, entonces el portón le ganó a la frase, aunque dejaron sus puntas y con conocimientos de la banda Nahual se puede entender lo que dice.

  El pasto está largo y las baldosas faltan como en varias calles de la ciudad de Lanús. Sobre un palo de luz se indica que hay una loma de burro sobre esa esquina para los que vienen desde la Avenida San Martín, pero ahora le llaman “reducidores de velocidad”, son de color negro y amarillo, de un plástico que en no mucho tiempo se resquebrajará con el sol del verano y el paso de camiones y autos.

  En la esquina que falta mencionar hay una casa pintada de verde, un aire acondicionado rompe la estructura, se sale de la pared de golpe, tiene impericia y energía la forma en la que vive. Sobre la vereda hay un Volkswagen Polo color vinotinto que su dueño trata de arreglar para que vuelva a arrancar. En eso da un paso atrás y pisa al perro, que da un quejido y sale disparado al cordón. No es tonto, no baja a la calle. El muchacho le dice que ese no es lugar para ubicarse y lanza un improperio. El perro lo mira pero no le ladra nada.

   En las cinco esquinas hay árboles secos que esperan la primavera, un caniche pasa corriendo sin rumbo, una camioneta transita con un megáfono colgado de un palo que alguna vez fue parte de una estructura. Un cartel dice “Internet full sat 6009-7100” y no podría definirse si es el futuro o el pasado. Una casa posa con el cartel de venta de la inmobiliaria Brandolino. Un perro corre la camioneta gris de su dueño que viene del trabajo a dejar al pibe que labura con él. A lo lejos se ve una casa rodante que duerme en la calle sin sus ruedas. Muchos palos de luz, muchos cables que se cruzan entre si.

Postales de un barrio que tiene cinco esquinas.

viernes, 20 de octubre de 2023

ENCENDEDOR ROJO

 Un amigo que fue policía un día me trajo un encendedor rojo. Cubrió un partido del ascenso y me lo obsequió. Él lo tomó prestado del piso, después de que otro agente se lo retirara prudencialmente y de buena manera, de mutuo acuerdo, a un hincha de Chicago que se quedó sin lumbre para encender su cigarro de tabaco.

  La cosa es que el rojo es un color que no me gusta para nada. Cuestiones futbolísticas, obviamente no es algo contra el color. Es una cosa que se lleva en la piel. ¿Mi sangre? Colorada, de rojo no tengo casi nada. Es una ley no regalarme nada con ese color ni intentar que me ponga algo que lo contenga.

  Hay una remera manga larga que era de mi viejo bastante buena que me pareció prudente no termear y retenerla.   A los veinte me puse una cintita que me duró tres años, para cortar la envidia. Creo que logró su cometido, lo volvería a hacer. Uno no cree en brujas pero que las hay, las hay. También tengo la camiseta del Arsenal con el número cuatro de Cesc Fabregas, una belleza que no es profesional pero es la mejor imitación del planeta. Son excepciones a la regla, solo eso.

  Y el encendedor podría ser la cuarta excepción. Es de la marca de las tres letras, la de las lapiceras, la buena. Hoy cotizan fuerte, la inflación y la chatarra que viene de otros lares hizo que sean un elemento preciado. Debo decir que, para mi, son los más lindos. No hay con qué darles. De los que podes comprar en el quiosco son los mejores. Los Maradona de los encendedores.

  Como es un regalo de un amigo (lo haya tomado de la forma que lo tomó le da un condimento entre turbio y amoroso) es especial. Entonces lo cuido, lo tengo guardado en un lugar secreto de la casa y casi nunca lo pongo en la cocina, el espacio donde puede ser utilizado para vulgaridades como prender la hornalla o el calefón. Para eso están los fósforos, que son tan palurdos que vienen acompañados de 200 más en una cajita.

  Lo tengo guardado para ocasiones exclusivas, como prender esos churritos paraguayos que ya no pegan pero que me hacen tirar humo. La salvación de caer en el vicio del cigarro otra vez, después de tanto batallar, tanto aguantar. También le da calor del bueno a la pipa que hace años se recarga para volar por los aires, aunque ya no tan seguido. Es el escape a esta realidad, con medio cogollo y el fuego sagrado del encendedor rojo todo puede pasar.

  Es también quien enciende la antorcha de papel de diario para que queme las roscas que están hechas del mismo material, que a su vez encenderán madera para que a su vez enciendan el negro carbón traído de la verdulería de Silvia. El comienzo de algo magnífico: el fuego para asar. ¡Quién pudiera tener tanto protagonismo!

  Sale para esas cosas y vuelve a su lugar, no hay mucha vuelta. Tiene tres zonas para habitar: el espacio secreto, el techito de la parrilla o mi bolsillo. Hay veces que pienso que es un simple encendedor, que de una escapada al quiosco más cercano consigue otro igual. Esas son las horas que bajan, donde el encendedor se pone a morir. Trato de negarlo, pero es así. La inevitable tendencia a quedarse sin gas. Todo es tristeza y decepción. Ríen los fósforos, un desaire sin sentido se arroja sobre mi.

  Está con poco fuego, le cuesta chispear. Ya no es la llama sagaz y encendedora que prendía fuego lo obvio. Lo uso para lo indispensable. Compré uno verde de esos baratines por las dudas, una compra dolorosa. El final del gas se acerca y la lumbre que nos unió se va a terminar. El único calor que quedará es el de mi amor. 

jueves, 14 de septiembre de 2023

YA SUFRIMOS COSAS PEORES QUE ESTAS.

  En una noche nos dimos cuenta que los pibes y pibas de nuestra generación siempre estuvieron en peligro, que los noventas estuvieron cargados de bardos y el exceso de rock no lleva a nada. No hay que ser un estudioso para darse cuenta que la pasión no es sinónimo de tragedia y que siempre se puede estar mejor o peor, dependiendo de cuánto luches por eso.

  Antes de Cromañon no teníamos conciencia. Parece. Visto desde acá, un tiempo irreal, nos causa gracia y hasta fantaseamos con la idea de que vuelva a ver qué pasa. Pero esos días ya no retornarán, hay mucha muerte detrás de ellos, los pibes y pibas que dieron su vida en ese boliche mientras sonaba Callejeros rezan que así no sea, que a los noventas se los lleve el viento y no vuelvan más.

  Hace 15 días en Avellaneda estuvimos a punto de vivir otra tragedia. En el partido entre Racing y Boca fueron muchxs lxs hospitalizados, lxs que cayeron después de una avalancha con la gente entrando, lxs que tuvieron que salir por la reja que da a la ambulancia. Sin lugar a dudas estaba sobrevendida la capacidad del estadio, había más gente que la que podía contener.

  Ojo, el Cilindro es un espacio seguro, con salidas relativamente eficientes y que las podés encontrar fácil. Y tampoco es el único estadio que está explotado en una definición de campeonato. Son varios los que me dicen que en los últimos partidos de River hay mucha gente, que se ven bastantes apretados.

   Esa avalancha de gente me hizo acordar a varios partidos de mi juventud en la tribuna, donde parecía que pasarla mal era estar al filo de la muerte y que si algún día me cansaba de ese ritual estaba la platea donde podría refugiarme como cagón y exiliado, como persona no grata. Porque de pibe se va a la popular, no se entiende de otra manera. Y eso que los partidos con mi viejo eran en la platea D, ahí vi a Racing empatar con Españól en mi primera vez.

  Esa idea estúpida de que estar apretado y en posiciones que no se sostienen todo el partido parece que es la manera de vivir el fútbol si vas a la popular, hoy material de descarte, ya que cada día crecen más las plateas. Donde te corrés un poco los dirigentes te ponen una butaca. En Racing pasa todo el tiempo. ¿Se vienen estadios para ver los partidos sentados? Si es así, pagá. Porque lo que más les interesa es hacer caja, que cada asiento sea un socio poniendo guita. Cada vez más popular, cada movimiento más alejado de la gente.

  Una pequeña anécdota.

  Copa Libertadores 2015, cuartos de final, partido de vuelta. Racing vs Guaraní (Paraguay). Llegamos tarde con mi primo Martín. El estacionamiento de siempre estaba cerrado, había colmado la capacidad. Hacía 18 años que no jugábamos esa instancia. La vez anterior nosotros éramos pibes. Entrar a la cancha fue un caos, en el cacheo de la puerta ocho todo se desmadró y terminé arriba de una mujer policía, pidiéndole disculpas mientras me sonreía.

  Al entrar la cosa fue peor. Era un estadio repleto y llegar a donde queríamos para juntarnos con los nuestros sería muy complicado. Empezamos a buscar cómo trepar. Permiso y gracias, siempre. De esa manera al menos calmás la molestia que generás. Faltaba una hora para que arranque el partido. Subir escalones era una verdadera proeza.

   De golpe empecé a notar que no éramos bienvenidos ni mucho menos. Los murmullos fueron mutando a gritos, los sacudones lógicos se transformaron en verdaderos empujones. No estábamos en condiciones de quedarnos ahí, tampoco podíamos avanzar ni subir a buscar a nuestros amigos.

  “¿A dónde mierda quieren ir?” me gritó uno con cara de desencajado. Miraba al alrededor y veía mucha gente que no le tenía la cara. Hasta que divisé a un señor morocho, de unos 50 años, pelo negro tupido, que siempre paraba debajo de donde lo hacíamos nosotros, apoyando un pie en el fierro de abajo de los paraavalanchas. No nos conocíamos, pero su rostro me trajo la tranquilidad como de quien sabe dónde está.

  Aunque grande fue mi desazón cuando el señor comenzó a empujarme como si fuera un simio desbocado. Creo que me decía “rajá rajá”, pero quizás mi mente juega una mala pasada. Se hizo el guapo mientras los demás lo acompañaban. Después de algunos forcejeos terminé entre una pareja, el pibe me dice “yo saqué entradas para verlo con mi novia y vos caes ahora y me cagás la noche”. A esa altura no tenía ganas de ver el partido y me preocupaba no ver donde había quedado Martín en el revoleo.

  La popular tiene eso de anárquica y descontrolada, pero siempre hubo ciertos manejos que eran de ese mundo. Algunas variantes hicieron que en un punto de los últimos 20 años se volcó mucha gente a ver futbol en la cancha que no vienen de ese palo (una sensación personal: ubico esa fecha a fines del 2009).

Redondeo la anécdota, ya termino, no se vayan.

  Cuando no quedaba otra opción que salir para algún lado antes que el contagio haga que alguno se anime a golpearnos, apareció una mano. Imagino mi cara de tensión y le sumo la de susto cuando esos cinco dedos me agarraron la campera entre el hombre y el cuello y me tiraron para arriba. Mi ángel de la guarda nació en Llavallol, le dicen Ferna y está loco de remate.

  Pero no solo me sacó del bardo sino que al toque ubicó a Martín y lo trajo de nuevo con nosotros. Desde ahí Ferna comandó el ataque hacia los giles de abajo. Entre insultos recuerdo escuchar que soltó un “nosotros venimos siempre”. Eso me despertó y saque pecho. Insulté a los giles, al flaco de la novia le dije un par de cosas y putié en varios idiomas al señor del paraavalancha, pero se hizo el otro. Después de ese día  estuve un año y medio mirándolo para que me diga algo, se ve que era guapo cuando se otros lo alentaban. No lo vi más pero se que algún día nos vamos a encontrar.

 A eso le siguió un flaco que se descompuso cuando terminaba el primer tiempo y al querer salir por la puerta ocho estaba cerrada de afuera con cadenas. Algunos muchachos de La Barra 95 rompieron todo a pura patada y pudo llegar a la ambulancia que lo llevó al Fiorito.

  El otro día a mis amigos y a mi no nos pasó nada de eso, pero vi la posibilidad que pase en otrxs. Han sido muchas las tragedias de las cuales nos tocó aprender. No pudimos reír sin llorar. No la tiremos al lateral. No se puede vivir de la caja con el aporte de los socios y socias.

  Los clubes son de la gente, la calle todavía es de la gente, la vida no está privatizada. Alejemos la tragedia. No seamos termos.

jueves, 17 de agosto de 2023

COMPLETAMENTE EN PELOTAS

   Es menester que salga un buen texto, uno con fuerza, que tenga un sentido y un mensaje. Pero  también es necesario descansar, tomar fuerzas, encontrar un lugar donde el corazón esté tranquilo y ver las cosas de distintos puntos. O podemos llamar a todo eso “tener la mente en blanco”. Producir es difícil, pero con la cabeza baleada se hace imposible. Lo que viene es como un descanso en una escalera. Aprovéchenlo.

  Después de sacarme la muela de juicio no hice otra cosa que descansar. Disfrutar de apoyar la cabeza en la almohada y dejarme llevar por el ritmo del sueño sin pensar que me va a despertar un dolor horrible, como si un obrero de la construcción estuviera dándole con el pico justo en la última muela. El placer de tirarse en una cama y disfrutar, sin nada que hacer más que hacer, abrazar las sabanas, acomodar el acolchado y dale que va.

  Y la cama tiene ese no se qué. Te llama, te atrapa. De pibe me pasaba horas y hacía muchas cosas. Comer, estudiar, ver la tele, leer por placer doblar la ropa, acomodar cosas y, sobretodo, pensar. Estar tirado mirando el techo y pensando era un gran momento, que obviamente se podía disparar a cualquier lado. En el presente duermo de noche y alguna siesta.

  Debo acotar que nos falta una tele en la pieza. Clave. Estoy a nada de utilizar una frase que odio: “te cambia la vida”. Pero la verdad es que cambiarían bastantes cosas y sería de practicidad para ver algo antes de dormir que en realidad no lo ves y te entregás al sueño a los dos minutos, sin ningún pudor.

  Sobre el tema de la cama estuvimos escuchando un experto: Andy Chango. Si, el de “Lucho por supuesto”, el que hizo de Charly en la serie de Fito, el que le ganó a Feimann al tenis, el politóxico y un músico de la hostia, también. Les comparto su columna sobre el tema, con una gran entrevista a Clota, obviamente desde la cama.

https://www.youtube.com/watch?v=mEqhPXRytsQ&t=1410s&ab_channel=FuturockFM

  Otra de las etiquetas de Andy es la de escritor. En realidad le pidieron desde Editorial Planeta que escriba un libro sobre un viaje que se mandó, el cual se llamó “Indianapolis”. Obviamente lo escribió desde la cama, en tres meses. Se adaptaba con la computadora en las piernas y escribía con rapidez para llegar a tiempo con la editorial. Es su forma adaptada al estilo de vida, y lo mejor es que a él le resultó. Llegó a cumplir con el compromiso y no varió su forma de vivir en la cama.

  En cambio para Leila Guerreiro, la que mejor cronica en la Argentina, la cosa es distinta. En una entrevista con Tomás Reboard dijo que necesitaba tiempo y espacio para escribir. Si tiene una reunión por la tarde y está armando algo no concurre porque no sabría cómo resolver la situación si le viene la inspiración. Seguramente serán varios los requisitos que no le pueden faltar a Leila para escribir que no contó. En fin, la número uno se puede dar esos lujos, es de entender.

Ah pero los mortales… ¿qué hacemos para escribir? ¿Cómo lo hacemos? Ni en pedo podemos frenar nuestra vida por la inspiración. Menos que menos estar en la cama tantas horas escribiendo como el puto amo de Andy Chango. Está bien que el factor guita es influyente, pero acá quiero hablar de otra cosa, del sentarse a escribir. Sin plata o con un jugoso sueldo somos personas delante de una hoja o un teclado intentando hacer lo mejor que tenemos. Este texto recibió cero pesos y sin embargo sentí la presión de escribirlo como si del otro lado estuvieran esperando una crónica de Leila.

Pero a decir verdad, hasta hace nada estaba desnudo de ideas, completamente en bolas. La cabeza estaba en blanco, no tenía un plan, una idea, un tema que quisiera desarrollar. Desde que envié el último “Las cosas que hace” que estoy pensando que mierda voy a escribir la próxima. Y no se me venía nada. De hecho, acá estamos.

  Pero no puedo darme los lujos de otros escritores, tengo que trabajar, ser padre de familia, concurrir a eventos sociales (tenga inspiración o no), buscar donde estacionar en Capital durante 40 minutos, podar el árbol, ir a la cancha a ver a Racing arrastrarse, dormir un poco, estar a la cabeza en temas familiares, boludear un poco para despejarme y algunas cositas más.

  Sentarme a escribir es un placer, aunque no tenga tema, esté cansado, mi silla sea incomoda y me atrase con las cosas que hago en la casa. Adopté un disco de Rita Lee donde le pone bossa a los Beatles para los momentos que busco inspirarme (o mejor dicho hilvanar cuatro o cinco párrafos con coherencia conceptual). Rita me ayuda hace muchos años, me da paz, me equilibra. Desde mis informes para La Zurda Mágica, un gran programa de deportes, hasta las grises notificaciones laborales de los últimos días.

https://www.youtube.com/watch?v=XEd2YPl8VFA&t=989s&ab_channel=Chesire

  Mi mejor momento para escribir es la noche. Ahí no molesta nadie, no joden los ruidos de la calle, las personas que pasan corriendo, los bocinazos, el celular sonando con boludeces y otras yerbas. Con te con miel de acompañante, que se recarga cada tanto, puedo imaginar mundos y plasmarlos, aunque internet distrae y no siempre las cosas son tan directas.

Esta semana el tema podría haber sido las candidaturas, el primer partido de mi hijo en la cancha, de algún bardo barrial o de cierto médico que atendía en patas. Pero decidí ser fiel a lo que me pasó por sobre estas cosas: que no tenía ni puta idea de que mierda escribir.

lunes, 10 de julio de 2023

SEPAN DISCULPAR

     Entre el sueño flojo, los dolores que trepan la cabeza y corren por los dientes, salen frases que van y vienen y solo algunas pasan a este texto. Las muelas de juicio son malas consejeras, te vuelven loco poco a poco, hasta que queres arrancarte la cara. Un velorio, un amigo que ya no va a estar entre nosotros, los dolores, dormir mal, la tos de un estado gripal descuidado y trabajar como si todo eso no existiera. Disculpen, solo soy un flaco que quiere abrazar al amigo y que le saquen la muela. Pero me puse a escribir entre el mientras tanto y el nunca más.

  En estos últimos quince días hice lo que pude entre el dolor de muela y un estado gripal que podría pasar a ser neumonía si no me medicaban. Pero eso es nada comparado con la muerte de un amigo. El jueves se fue el Chino, re joven, buen pibe, no llegaba a los 40. Vivía enfrente de nuestra casa, un poco en diagonal. Nos cruzábamos seguido porque dejaba el auto en la puerta bajo la sombra de nuestro árbol.  No hay forma de entenderlo, es muy difícil pensar en lo que pasó sin flaquear, sin moquear, sin querer gritarle a Dios.

  No tengo mucho para escribir, este ñewletter lo armé desde la responsabilidad de enviar algo para que ustedes lo lean. No puedo hacer algo de calidad, mi cuerpo fatigado entre dolores y mi alma rota no me dejan explayarme. Quizás este miércoles, si Dios y Sandra la dentista quieren, la maldita muela de juicio, la última de las cuatro, se vaya, salga de mi. Eso aflojaría las molestias que por momentos son terribles dolores, un sufrimiento que llega a ser insostenible, a tomar oído y parte de la cabeza. Las noches volverán a ser noches para dormir, las pastillas abandonarán los bolsillos, el pánico finalizará.

  Pero lo del Chino es otra cosa. No se extirpa con una pinza, no hay pastas ni anestesia que lo borre, no hay mañana para nuestra amistad. Siempre fuimos vecinos y cuando surfeábamos los 15 empezamos a cruzarnos con amigos en común. De más grandes nos volvimos a juntar para pensar una unidad básica que esté al servicio del barrio. ¿Qué pasó en el medio? Una patada que nos distanció un tiempo.

  Cosas de pibes, pero no puedo no hacerme cargo: fui un boludo. Estaba caliente por un mezclado que al toque se desvirtuó con un mal armado y a los 20 minutos era un baile con goleada y alguno que se puso a gozarnos. Mi equipo era un corso y a mi el enojo de la jugada que nos perjudicó no me dejaba ver. Estaba muy caliente con el que había organizado todo y pensaba de qué manera darle su merecido. Pero en vez de elegir el momento y aplicarlo finamente, decidí pegarle al primero que se me cruzara. Ahí ingresa el Chino en la historia.

  Levanté bastante la pata y sin mirar al que gambetaba a un compañero traté de darle lo más arriba que pude. La plancha impactó contra la cadera de él y el golpe continuó hasta tirarlo. Todos se quedaron callados y la persona que había generado este partido desvirtuado y estaba en goce fue el primero en hacer alharaca. En ese mismo instante me sentí un boludo, pegué una patada sin sentido, completamente fuera de contexto, híper violenta y sin ningún tipo de contemplación. Elegí a un pibe bárbaro para golpearlo arteramente y sin motivo.

  El Chino se levantó como pudo, agarró la pelota y la pateó contra mi, rebotó en un banco y le volvió. Lo intentó de nuevo y falló. Agarró sus cosas y se fue. Mi argumento siempre fue el mismo: estaba caliente y me la agarré con el primero que se me cruzó para no agarrármela con quien me quería agarrar. ¿Por qué? Porque ese que se la merecía era muy amigo mío, no entendía la boludez que había hecho de armar los equipos tan a su favor.

  Volvimos al barrio, el Chino iba como una cuadra adelante, recuerdo que llegó primero y dio un portazo. O algo así, lo que más recuerdo es el portazo, el ruido, como sonó, con cuánta razón. A los meses el fútbol nos volvió a cruzar. Jugamos juntos y nos conectamos varias veces. No hablamos entre nosotros. Unas semanas después nos tocó jugar en contra. Por miedo a una represalia me acerqué y le pedí disculpas. Doblemente cagón.  

  Pero él era un tipazo, me aceptó las disculpas al toque, jugamos en contra y todo bien. Volvimos a saludarnos, a hablar, a cruzarnos más seguido por la cuadra, a reírnos. Hasta pensamos juntos en un montón de ideas para la única unidad básica que tuvo el Barrio Pompeo, que pasados los años cada día la recuerdo con más cariño, aunque fue difícil en su momento.

 Muchas cosas juntos, charlas y sobre todo risas. Era un pibe que se reía mucho. Así lo quiero recordar: sonriendo y aceptando mis disculpas. Eso lo hace más grande, más humano, más pibe de barrio. “Con su ropa de plomero olor a leyenda va a tener”, canta el Indio en “Adieu! Bye Bye! Aufwiedersehen!” de El Tesoro de Los Inocentes. Le queda pintada esa frase.

  Disculpen a este pobre escritor que llega al final del texto arruinado, sin la muela, con dos puntos y varias pastis para que la cara no se le haga un globo. No quería fallarles con la entrega ni quería fallarle al Chino. Estas líneas son para él, que desde alguna estrella espero que se esté riendo. En cuanto pueda voy a brindar por vos amigo, con la lata señalando el cielo y los dedos en V.



lunes, 26 de junio de 2023

LA BANDERA

 No hay días como los de la juventud que se queman por las ganas de salir del cascarón, de ver el mundo, de medirse el pecho con lxs otrxs para terminar en búsqueda de un abrazo, mientras se atraviesan peligros y realidades. Esta historia va por ahí, quizás peca de querer ser, pero fue eso y quedó ahí.

Un día se nos ocurrió con un par de amigos hacer una bandera para llevar a la cancha. Era verano y estábamos al pedo. Jóvenes, muy jóvenes. Queríamos colgarla como un ritual, amarla como si ella representara a Racing. Entendíamos que era el comienzo de algo, la piedra basal de una nueva época.

  Íbamos a la cancha pero salteado. En mi caso, mi viejo me llevaba cuando podía. No me dejaba ir solo, decía que tenía que cumplir los 18 para que eso pase. Así y todo tenía bastante recorrido, algunos partidos de visitante y todas las ganas de un pequeño hincha que busca descubrir ese mundo.

  Me llamaba la atención la hinchada, sobre todo la barra. Como colgaban las banderas, los tirantes, como se acomodaban y de qué manera entraban a la cancha. Una vez, en Lanús, discutí con mi viejo porque él decía que pagaba la entrada para ver a Racing, no para el folklore (que yo defendía). En esa época éramos muy hinchas de la hinchada porque las alegrías estaban en la tribuna y no en el verde césped.

  Entonces qué mejor que mezclar todo lo bueno que tiene la vida en ese momento y tratar de hacer uno solo. Cancha, amigos, bandera y si algo más quiere sumarse bienvenido. Una combinación genial que puede terminar en una pelea brutal o en la gloria racinguista. El caso de esta historia termina en una tercer vertiente, la nada misma. ¿Habrá algo más triste?

  La cosa fue que después de tirar varias frases (muchas en broma), elegimos una de La Renga. Lo importante es que a los tres nos convencía. El proceso llevó unos 10 días, que en aquella época era un montón, piensen que nos veíamos todos los días. Le pedimos a una vecina que nos arme la tela y mandamos a pintar las letras. Con el tiempo pensé que la deberíamos haber hecho nosotros, le hubiera dado un plus.

  El trapo debutó en un clásico con Boca, en la platea D. Por esos años había espacios libres y si no era muy grande la colgabas tranqui. Fuimos dos de los tres dueños, con nuestros viejos. Una de las imágenes más lindas que guardo en mi corazón es ver a mi viejo en cuero revoleando la camisa post triunfo junto a Gabi, el padre de mi amigo (que con los años se volvió como un segundo viejo para mí)

  Un triunfo que nos dio esperanza. Arrancó con fuerza. Representaba la amistad, el amor, Racing, la victoria, nuestros viejos. La bandera era muy especial, pensábamos cosas muy locas a través de ella. Me imaginaba que un día alguien de la barra nos iba a pedir que la colguemos con ellos, que nos íbamos a ganar un lugar. Ese lugar que a veces no sé si me lo gané o lo sigo buscando.

  La bandera tuvo algunos partidos más bajo la senda de la victoria, definitivamente el equipo acompañaba. Pero un partido con Quilmes las cosas cambiaron. Mi amigo, el tercer dueño, el tercero pero no en discordia, no quiso ir a colgarla. Nosotros fuimos pero sentí que nos había bajado el precio. Como si la bandera fuera cosa de guachos y él ya no lo era.

  Con el tiempo la empecé a llevar solo. A veces en la mochila y otras envuelta en el cuerpo. La gorra la quiso romper un día con Lanús porque decían que no podía llevar hilos que posibiliten colgarla. La gorra, como siempre y en el año que sea, poniéndose la gorra con un guacho y dejando pasar a los barras. Ahí ya me importaba poco la barra, que nunca nos vino a hablar (obvio) y que empezaban a bajarse solos del pedestal bobo donde los había puesto.

Dejé de llevarla cuando ninguno de mis dos amigos mostraba interés por ella. Como que me pinché. Me parecía una cagada que toda esa ilusión del comienzo haya durado poco. No pude jamás entender la perdida de la pasión.

Hasta que un partido con Boca hablé con mi amigo y le dije que la llevemos. Nada del otro mundo, elegimos ir a platea y podíamos colgar el trapo. Ya en el auto me imaginaba los posibles escenarios, que alguien la quiera robar, que la gorra la zarpe, que se nos caiga, que se nos rompa. El trapo de 2 x 1 iba tranqui en la mochila de turno. No hubo problemas al ingresar. Los bondis llegaron adentro.

La colgamos arriba de La Guardia Imperial, tirando a la derecha. Llegamos temprano y había pocos trapos. El ritual era el de antes: ver el lugar donde ponerla, conseguir que tenga peso abajo, fijarse que quede bien agarrada, volver a fijarse por las dudas, repasar los nudos y estirarla al mango. Masomenos eh, a veces repetíamos las cosas varias veces y otras íbamos de una.

Ese día realmente tuvo su momento de gloria. Como antes del partido había un homenaje por los 40 años del equipo de José que salió campeón del mundo, los pusieron a posar de espaldas a la hinchada cuando faltaba una hora para que arranque el clásico. Así fue como salió atrás del equipo más importante de la historia del club. Muy de lejos y pequeña, pero salió en la foto.

 


 El punto de clímax fue a su vez el comienzo del declive. Un boludo vino y nos puso su trapo, mucho más grande y largo, arriba del nuestro. Ni le interesó que esté el nuestro. Ahí pensé que todo es una mierda, que a nadie le importa nada y que el ego le gana a todo. Hay pocxs que entienden como son las cosas, lo que valen y que se pone en juego. En general lo pienso. Al menos, a modo de revancha, La Guardia Imperial fue y le puso otro trapo arriba. Jodete por forro.

  Saqué el trapo y enojado con mi amigo por su apatía general, me fui a colgarlo por ahí. Terminé enganchándolo en la estructura del techo, el viento le daba de una, tenía cagazo que salga volando y caiga al vacío. Era una tarde gris y mientras Boca nos hacía precio, mi juventud, el trapo y mis ilusiones se fueron a mismísima mierda. Nunca más pisó Avellaneda.

  Con el tiempo hizo un par de apariciones en casa. Una muy prolongada tras un cumpleaños y otras menores. Del tercero que no estaba en discordia no se casi nada y él hace años que no sabe de la bandera. Del otro, mi segunda pierna en esos años de cancha, tengo novedades pero no ligadas a Racing. Hace un tiempo muy largo que no vamos juntos a la cancha y del trapo no hablamos más.

  Para mí representa muchísimo más que una bandera: es la imagen de miles de recuerdos que no fueron y la idea de que salíamos de la adolescencia hacia la adultez de la manera más canchera y racinguista posible. Extraño pensarla como un símbolo de guerra y a su vez de amistad. Extraño compartir con mis amigos la simpleza de preocuparse por un pedazo de tela, de preguntarle “¿La trajiste?”. A veces me doy cuenta que extraño mucho y no sé qué hacer con eso.

  Escribir esto fue como volver a verla colgada, fue volver a preocuparme por cómo va a quedar, si la tele la va a enfocar, en pensar que alguien podría venir a pedirnos explicaciones, invitar a sumarnos a lo demás trapos o tratar de robarnos. Gracias por leer esta bandera.

  ¿Dónde está? No te lo digo ni que me rompan a piñas, eso sigue intacto.

jueves, 15 de junio de 2023

MI PLAZA ES MI MUNDO.

 Una plaza en la parte no céntrica de Lanús, un pequeño espacio cargado de recuerdos y situaciones especiales. Siempre volvemos a los lugares donde nos sentimos conformes, donde fuimos felices. Buscamos otras formas de felicidad, le queremos sacar el jugo al limón. Si venís para acá te espero en mi plaza para mostrarte quien soy, ella puede hablar mejor de mí que más de alguno que dice conocerme.

  “Pinta tu aldea y pintarás tu mundo” es una frase que le atribuyen a León Tolstoi, famoso novelista ruso que falleció hace más de 100 años y es considerado uno de los grandes escritores de la literatura mundial. Dicen que la frase real era “conoce tu aldea y conocerás el mundo”, pero que el tiempo la fue modificando. Es verdad que la primera tiene algo más de mística y poco de refutación, la segunda es muy metafórica. Al caso es lo mismo, la quiero solo para pintar mi mundo: la plaza de mi barrio.

  A dos cuadras de casa está la Plaza Arias, pero todos le decimos la Monroe. No sé muy bien por qué esa dicotomía con el nombre. Ocupa toda la manzana, tiene muchos árboles aunque le faltarían algunos más. Su tesoro más grande es la calesita de don Mario, que hace muchos años murió y su hija ocupó su lugar. Todo el barrio pasó por ahí. Mi generación llegó a conocer a Mario, los pibes nuevos se suben a la calesita con reggaetones y cumbitas.

  Es una plaza que tiene bastante verde, los famosos y modernos juegos de la salud, la mencionada calesita, sube y baja, tobogán, hamacas y los demás juegos. Sin ningún tipo de sentido tiene una tortuga gigante a modo de estatua en la parte con cemento que durante mucho tiempo los nuevos pibes usaron de espacio para las batallas de rap. Tiene dos mesitas con el dibujo del tablero de ajedrez en mosaico, que casi nadie usa para el juego-ciencia. Sus cuatro laterales se transforman en una pista de atletismo que mezcla a los profesionales con los desordenados. Como todo espacio que reúne al pueblo tiene una virgen y varios asientos, para que cuando todo se pudra las señoras vayan y pidan por nosotrxs.

  Ese es mi mundo. Con los barris que caen tipo 19 horas en verano (en invierno es más temprano), que hace años llegaron a un acuerdo y se portan bien. Cuando era pibe eran muy zarpados y la plaza fue un espacio de violencia, sexo y drogas, con algo de rock & roll. Era común encontrar jeringas los domingos por la mañana, preservativos cerca de los árboles y botellas rotas por los pastos. Hasta vi una pareja completamente desnuda garchando sin problemas en el medio de la plaza (algo iluminada) cuando tenía 11 años. Ahora eso lo dejamos atrás, como dejamos atrás los 90´s.

  Cruzar la plaza era toda una aventura de noche. Había que ir con un mayor o ser una bocha de pibes. Siempre abundan las historias de robos y corridas, aunque creo que hace unos años aflojaron. Lo que no sé si fue que aflojaron los afanos o aflojó el mito. Porque como todo mito que va de boca en boca con alguna generación se rompe y se pone difuso. Como no estoy seguro de lo que pasa elijo creer que ya no pasa, que de noche es igual de peligroso que cualquier zona no céntrica de Lanús, donde el Estado municipal no llega por clara decisión de dónde poner el dedo.

  Hace unas semanas vinieron de la municipalidad a la plaza. Un amigo que estaba con su nene escuchó como un tipo con una carpetita y una chica iban diciendo que se podía hacer en cada espacio. A partir de ahí se convirtió en una zona de guerra: quedó completamente removidas, con largos canales para pasar caños y cables, un montón de cemento en donde había pasto para poner (más) juegos de la salud, una fila de baldosas más alrededor (en lo que antes mencioné como pista de atletismo), volaron las dos mesas de ajedrez, pusieron cemento en los últimos caminos internos de barro, unas paredes de tres o cuatro ladrillos que todavía no se define que va a ser y la modificación completa del piso y exteriores de la calesita.

  Te parte el corazón pasar y ver la plaza así. Cualquiera me diría que va a ser para mejor, que va a tener más posibilidades para la gente y facilidades para transportarse, por el cemento. Pero la verdad es que funcionaba, la plaza funcionaba como estaba. No necesitaba la gran mayoría de las modificaciones que tuvo. Y lo más doloroso es que lo hicieron foráneos, forasteros. Porque esa plaza es más mía que de ellos, esa plaza es de los vecinos mucho más que de cualquiera que esté al mando del municipio. Aclaro que el color de los gobernantes me chupa un huevo con respecto a la plaza, entre los vecinos hay de todo, pero los siento más dueños piensen lo que piensen.

  Voy un paso para atrás. En septiembre del año pasado me llegó un mail del municipio que contenía una encuesta para “ser parte” de los arreglos de la plaza Arias. Fui ansioso a contestarlo. Eran pocas preguntas, de tinte muy boludo (¿usa la plaza? ¿Cómo considera que es su estado?). Lo fuerte estaba cuando decía Para disfrutar del espacio, indícanos cuáles de las siguientes reformas te gustaría ver". Las opciones eran cuatro: canil para perros, anfiteatro, más arbolado y playón arbolado. También tenía una opción con “Otros” que podías escribir. Se las dejo acá abajo, porque la dejaron abierta increíblemente y al pedo. O solo para que la muestre en este espacio pedorro.

https://docs.google.com/forms/d/1mclhtcM6H-oOIpr7Qaiygf9SQeueNoUgM1ti9h1m_4w/viewform?edit_requested=true

  Algunas consideraciones de la encuesta: 1) No te llamaba a ser parte, solo te preguntaba cosas. 2) Nadie me asegura que la hayan leído ni que hayan actuado en consideración de los resultados. 3) Las opciones eran impuestas, no salieron de ninguna reunión ni timbrearon las casas como cuando dejan boletas o quieren hablarte de los candidatos, que en Lanús lo hacen TODOS los partidos, no se confundan. 4) No habla de plazos ni de grandes cambios. Tampoco hablaba de las cosas que iban a volar. 5) Por último, los cambios los iban a hacer igual, la encuesta era para que lxs boludxs se sintieran comodxs.

  De todas las ediciones esta es la que más me gustaría explayarme pero al mismo tiempo temo irme al carajo y aburrirlos. Son tantos años en la plaza Monroe, tantos momentos, papá, el guachín, los amigos, los años que estuvo en peligro, lo que significaba en la pandemia. Voy a elegir una sola anécdota: año 1997, Argentina jugaba con Perú por eliminatorias y mi viejo me llevó a la plaza a patear un poco antes que arranque el partido. Cuando estábamos ahí vio un chico tímido que tenía una discapacidad. Al toque lo llamó para que ataje y le pateamos un buen rato, hasta olvidar que jugaba la selección. Obvio, los tres contentos.

  Así lo recuerdo a mi viejo y por estas cosas también digo que la plaza es nuestra, dejamos sentimientos, dejamos lo que somos en cada paso, en cada pasto, en cada espacio de tierra. Ella nos representa y al mismo tiempo nos da identidad. No quiero que me pinten mi aldea porque estarían pintando mi mundo. Eso es imposible. Nadie con una carpetita bajo el brazo lo podría entender del todo. 


lunes, 29 de mayo de 2023

ALLÁ LE ESTÁN CUMPLIENDO LOS AÑOS.

 Los recuerdos bellos de los cumpleaños son como mojones en el océano que nuestra mente inventa sobre nosotros. Festejamos para mostrarle al mundo que estamos vivos y no festejamos porque no es para tanto, la estamos exagerando porque la existencia es una tragedia. Una torta no significa nada sin contexto, sin nosotros y nuestro tiempo. Hacemos lo que somos, aunque a veces no hay red y solo nos tiramos. Cumplir los años no es solo cumplir, eso me quiero hacer creer para escribir esto.

  Hay una chispita que se enciende cuando llega la fecha de cumpleaños. Están lxs que la dejan pasar y lxs que de ella hacen una fogata. Hace diez años me cambié de bando: ahora la dejo pasar. Aunque, en el fondo, quiero fuego. No me castiguen, solo soy lo que hago para tratar de ser lo que quiero.

  Hubo varios motivos para saltar de vereda. El principal es que se me fueron las ganas de festejar. Y siempre que uso la palabra "ganas" me acuerdo de alguien que me decía que "son una excusa". Puede ser, así como también siento que cuando llega el momento de ver qué hacer con la fecha no sé bien para donde salir. Me da paja.

  Por otro lado, los que están alrededor tienen que querer festejarlo. Me encontré una vez con una situación que me descolocó: había comprado cosas para un gran festejo (bebida, comida, lo dulce para el bajón, lo salado para la resaca), armé mi casa para recibir bastante gente, calculé el horario para que no sea un choclo que a la madrugada se me duerman... Y a las 12 de la noche se fueron casi todxs. El final fue discutiendo sobre cosas de las que no tenía ni ganas de poner en tela de juicio con un invitado. Mala noche.

  Otro punto a tener en cuenta es el día de la semana. Lunes imposible; martes una leve reunión; miércoles algo; jueves se puede correr a viernes; viernes, sábado y domingo pensamos con más claridad. Si me dan elegir a esta edad, mi día favorito es el domingo. Carne asada, pan, agua y vino. Toro y pampa bah.

  ¿Festejarlo en el laburo vale? Para mí recontra vale. Tengo un tío que ese día se lo tomaba para él. Cómo el dueño ya lo conocía no le decía nada. Miguelito se quedaba en su casa, para él era "su día". Se lo merecía por el simple hecho de cumplir los años. Un medio regalo. A mi dame ir al laburo y festejar un rato con lxs que paso mucho tiempo de mis días (y de paso ligo algunos saludos extra).

  Aparte, ¿es tan trascendental como para pedirse el día? Siento que hay momentos más importantes, más únicos. Ahí está el debate, creo: si darle la trascendencia o no, si tomarlo como un día más o no tanto. A la larga, cumplir tantas veces en la vida quizás le quita originalidad. No sé si es un debate que merezca el tiempo, cuando estemos a la mitad ya serán las doce y el cumple se habrá ido al tacho.

  Otra de las aristas que me hicieron cambiar de vereda fue el hecho de que al otro día siento un vacío enorme. El 18 de mayo es el día más inerte y estúpido del año. No hay nada. O sí: una larga espera hasta que sea otra vez mi cumpleaños, dentro de 365 días. No tiene sentido, es un sufrimiento en vano. Si dejo pasar la chispa lo esquivo, con algunos mensajes para responder y restos de algún morfi que no haya sido consumido la estiro un poco y sufro menos.

  Admiro los cumpleaños gitanos: varios días de fiesta por el simple hecho de cumplir los años. Eso es llevarlo en la sangre. Acá le pedís a un amigo que venga el día de tu cumpleaños y un día más para festejar y parece que estás pidiendo que haga un sacrificio satánico. Te tiran la responsabilidad, la edad, lo que tengan a mano por la cabeza. Vuelvo a que para festejar las dos partes tiene que querer. A veces me parece que festejar rompe las bolas a los demás.

  Es esta sociedad líquida de la que habla Baumann, que tiene que estar en mil lugares, que no pueden tomar unos mates sin estar chequeando si Pepito les mandó un mensaje, si lo necesitan en la otra parte de la ciudad, si renunció el técnico de Flandria que ese día dirigía su primera práctica. Somos parte de esa locura; ya sea directamente (nosotros en nuestra relación con los otros y el tiempo), o indirectamente (como nos afecta los movimientos de los otros en nuestro interés cotidiano).

  Es imposible festejar más de una noche algo tan intrascendente como un cumpleaños. Lo más loco es que no existen mil cosas para festejar. A medida que unx crece se da cuenta que las buenas noticias (por lo tanto buenos momentos) los debe transitar de cayetano, con una sonrisa interna, en el núcleo duro o un seleccionado equipo de personas que entiendan de lo que estamos hablando. ¿Por temor a la envidia? Hay algo de eso, pero también porque entendemos el valor y no debemos dejar que ningunx idiota lo arruine.

Hay una frase remanida y usada que dice “los amigos están en las buenas y en las malas”. Vamos a analizarla un poquito, solo un toque. ¿Qué son las buenas? Supongo que se refiere a momentos de felicidad, dignos de un festejo, de compartir la alegría. Podemos estar de acuerdo si decimos que pasan poco. Y hay tramos de la vida donde casi no pasan (ahí un cumpleaños podría ser trascendental, pienso)

¿Qué son las malas? Momentos de oscuridad, de sufrimiento, de angustia. También pasan poco, a no confundirse con días malos (ahí un cumpleaños puede ser un salvoconducto, un escape). O sea que si las buenas son pocas y las malas no son tantas, ¿qué nos queda en el medio? Una intrascendencia gigante, un desierto de emociones.

  Los días grises, que se parecen a otros, los complicados, los que estás a las corridas, el diario sprint de correr el tren o la tibia desesperación cuando el bondi no llega, es hastío de esperar en cualquier cola, los partidos de fútbol que pasan al olvido rápidamente, las tardes de lluvia o las siestas para recuperar algo del sueño perdido, pero no de todos los sueñitos no; estos son los que no están en los extremos. ¿Qué hacemos cuando no son ni las malas ni las buenas? ¿Festejamos o no?

 Los cumpleaños pueden estar en cualquiera de las tres partes. Usted elige el nombre que quiere ponerle para justificarlo. Siéntase cómodo para hacerlo, al fin y al cabo es su cumpleaños.  

 

domingo, 23 de abril de 2023

LAS MÁSCARAS QUE APENAS VEMOS

 Hace unos quince días se armó revuelo por el etiquetado frontal, que ya está activo en muchísimos productos, y los famosos octógonos negros que anticipan mucho azúcar, mucha grasa saturada y bocha de grasas trans. Empezaron a publicar en redes como algunos productos que decían ser light de golpe estaban llenos de octógonos o dejaban de tener la palabra light, conservando el color y las formas.

  Digo en redes, pero me centro en Twitter, que es mi mundo, donde me siento cómodo y de donde me nutro. No hay tantas posturas falsas, no hay fotos de la cena con la abuelita ni el cumple del perrito, no hay tanto filtro ni viajes a lugares paradisiacos que nunca voy a hacer. Twitter es la red social más real, la más burbuja y un micro-mundo hostil que representa a este mundo que tiene el octógono de “exceso de crueldad”.

  Retomo. En Twitter Mariano Martin (periodista de C5N y Ámbito Financiero) subió una foto de el dulce de leche Ser con el octógono negro que anunciaba exceso de azúcar. Se me dio por compartirla con el siguiente mensaje: “Por esto están en contra del etiquetado frontal. Se caen las máscaras”. Quizás se me fue la mano, estuve un poco amarilloso, parece exagerado. Hay algo de ganas de que suene así y un poco de verdad. Porque una máscara no es algo definitivamente malo.



  Al rato empezaron a caer respuestas al tweet. Raro en mi perfil con pocos seguidores (aunque fieles). La primera me hizo enojar un toque. “Tal cual. La gente tiene que saber que el dulce de leche tiene azúcar” contestó @diecou. Pensé que era un amable chiste o chicana, pero lo que vino después me hizo entender y, por  qué no, reír un poco. No había nada al azar en su respuesta. Mi retuit hizo enfadar el poderoso mundo de los liberales, que no dudaron en armar un plan de respuestas para verduguearme y tratarme de boludo un buen rato.

  Un mundo de trolls empezó a escribirme, enojados por que dije que se caen las máscaras de estas empresas que nos venden salud donde hay excesos. Espero que le paguen a estxs boludxs que escribieron porque posta hicieron un gran trabajo, coordinados, con retuits e imágenes inocentes pero que buscaban mi enojo. Lejos de eso, terminé respondiendo con humor a la gran mayoría. 

  No deja de ser una máscara lo que nos mostraban, escondiendo la cara que no queríamos ver. Bue, quizás tampoco nos importaba tanto. ¿O qué mierda esperan ustedes de un dulce de leche? Pero que tenga esa máscara adelante solo nos da la rabia de querer quitarla. Y ahora que el etiquetado frontal hizo el laburo, descubrimos que hay otros enmascarados y enmascaradas que también deberíamos quitarles la careta.

  De cualquier manera el etiquetado frontal fue más que eso, fue un gran logro como sociedad y un avance para mejorar la salud de los que nos rodean. Pero no nos pongamos boludos: la coca tiene exceso de azúcar y lo sabíamos bien. Incluso tomando un vaso de ella nos jactamos de que es puro azúcar. ¡Pero es tan rica! Un vaso o un cumpleaños con exceso no van a matar a nadie. Lo que se logra es no poner una botella llena de octógonos en la mesa en todas las comidas. Porque lo sabemos, pero si lo vemos es mejor.

  Hay máscaras que nos salvan, como la de soldar. En el teatro ayudan a representar mundos distintos, personajes psicodélicos o pseudo-demonios. En la edad media era una manera de vincularse con los animales y en la Grecia antigua infundían temor o respeto. Acá decís máscara y ya te lo asocian con trampa, con lo oscuro, con un mundo de mierda. Paren che, no le tengan pavor a lo que todavía no ocurrió.

  Pasaron muchos días desde que cité ese twitt y todavía me cuesta entender cómo puede haber gente que esté en contra de algo que te cuide. Lo de los grupos económicos y sus empresas, bue… es lógico. Nada que les afecte a sus productos será contemplado como beneficioso y buscarle la vuelta se acercará mas a “hecha la ley, hecha la trampa” que a moderar los excesos. Pero la gente que se suma, esa no la puedo comprender.

  Volviendo a las máscaras recuerdo una entrevista en la sección Libero Versus al Pelado Silva que de alguna manera tiene que ver con esto (lo hago siempre, sean respetuosos de este pobre tontinho). Cuando le preguntaron qué súper poder le gustaría tener contestó “observar a las personas y saber si son boludas o no”. Quizás una de las mejores respuestas del ciclo junto a “ser invisible” que muchos han elegido. 



  El Pelado Silva quería que la gente tenga octógonos, así de fácil. Sin vueltas. Porque un boludo parece dañino, pero a la larga y si le das cabida, te pueden joder la vida. Casi lo mismo que las grasas saturadas. La máscara de los boludos debe ser de las más difíciles de reconocer. Los hijos de puta se venden más rápido. Si te rescatás podes zafar, con el boludo es distinto.

  A veces existen máscaras en personas buenas que quieren pasar de largo, que no las jodan, que no les cuenten una y les hagan otra. Otros se las ponen para ocultar la tristeza, son máscaras festivas, que vienen con sonrisa y buena onda, pero atrás esconden tristezas y bardos. Máscaras de poder para aparentar, para amedrentar, para generar pánico o máscaras de temor para victimizarse, para especular, para jugar el papel de perri mojadx, de pobrecitx.

  Por las dudas miro los paquetes antes de comprar, me di cuenta que esas máscaras ya las puedo leer. Con los boludos todavía me cuesta.

jueves, 6 de abril de 2023

DÁSELA A TU COMPAÑERX, SOLO ESO TE PIDO.

 Si nos preguntamos qué queremos de los pibes que juegan fútbol no deberíamos decir más que “con la felicidad de ellos nos alcanza”. Pero hay mucho más en lo que se viene, en esa energía inocente y sus modos. El día de mañana será tarde cuando  las aplicaciones le ganen al sentido común y nuestros hijos e hijas festejen los kilómetros recorridos o el mapa de calor de cada uno.

Pensé que llevar al nene a fútbol iba a ser una experiencia amena para ambos, que a mi me alcanzaba con que se divierta y a él le iba a interesar socializar y correr un rato. Con lo último no me equivoqué: salió contento con solo hacer esas dos cosas. En cambio, yo sufrí como un boludo los 60 minutos de actividad.

Ya en sus primeros pasos dentro de la cancha me asusté al ver que dudó para donde tenía que correr. No quería que me busque con la mirada y al mismo tiempo quería darle una indicación al estilo Profe Córdoba, a los gritos, para que me escuche. Rápidamente enganchó y metí un suspiro salvador.

Después vinieron los juegos al estilo “mancha” y “quemado”. Ahí cayó un par de veces pero masomenos se mantuvo feliz. A esa altura yo estaba desesperado y temeroso de ver qué pasaba cuando el profe le tire una pelota. ¿La podrá dominar? ¿Recordará algo de lo que hacíamos en casa con las pelotas pequeñas? ¿Será mejor que yo o tendrá la misma desgracia estética al frenar el balón?

Debo decir que fui un tonto, que creí que esos ejercicios podían definir algo. Desde ese primer día hasta hoy pasó un mes y cada vez le sale mejor. A su tiempo, no escucha a nadie cuando lleva la pelota. Lento, como cocinando algo despacio, sin ningún tipo de apuro, suave. Patear fuerte es una cuenta pendiente, pero ya llegará.

En uno de los entrenamientos hizo todo como siempre: agarró la pelota, esquivó los conos y encaró al arquero. Siempre le sale un tirito, un pif. Esa vez pateó bastante fuerte. Quizás fue porque acomodó mejor el cuerpo o solo porque le salió. Levantó la cabeza y me buscó detrás del arco. Cuando me vio levantó el pulgar. Respondí el gesto y sonreí. Cuando enfiló al medio de la cancha se dio vuelta, me dio la espalda. Ese fue el momento donde agaché la cabeza y me tragué las lágrimas.

Los profes son macanudos, pero a veces eso no alcanza. Porque lxs pibxs se desordenan fácil, porque no todos entienden los juegos de la misma forma, porque al ser recreativo hay cierto aire flu a enseñar, porque en el fondo son pibxs, simplemente. Hay que saber llevar a 15 personas que tienen ganas de correr y jugar, pero en sus primeros pasos son devorados por una furia única que solo se ve en la niñez.

Y lo peor son los padres. Porque los vemos tratando de dar indicaciones antes que los chicos entren, intentando mirarlos en el juego para que un gesto sea la interpretación exacta que el pibe o la piba enganche increíblemente y entienda el juego. Nunca quise ser esos padres, me niego a decirle una indicación a mi hijo por sobre el técnico/entrenador/profe.

Que mundo señores y señoras, nunca lo había imaginado y ahora apenas lo estoy conociendo. Me aterra ser un boludo, un padre boludo, que es peor. No hay mucho que le pueda enseñar, nadie sabe tanto. Hay una edad donde solo debe importar jugar, divertirse y correr, sin destino, con ganas, sin objetivos y al mismo tiempo sin saber que quizás sea de las últimas veces que corran libres.

A mí me gustaría que el pibe ataje. De chico le decía “el mini Musso”, por el arquero del Atalanta que en esa época estaba en Racing. Pero lo veo entrar con la 15 de Lisandro y pienso que goles son amores, que puede levantar la vista y dedicarme un gol en el Cilindro, buscándome entre la gente, mientras papá se emociona como cuando la tira afuera en el fulbito recreativo.

Pero eso es lo de menos, lo que quiero es que aprenda a jugar. No hablo de tácticas, no hablo de la técnica, sino que aprenda el juego. Que aprenda las formas en las que el juego se pone lindo, las que son feas y de qué manera puede sentir placer dentro de una cancha. La dinámica de lo impensado hará lo suyo después.

No me gustaría ver un egoísta, un pibe que solo sabe gambetear o correr y no piensa en el juego. Todxs queremos hacer un gol, pero ese no es el único placer del fútbol. No quisiera que se volviera un robot, que quisiera lucirse solo, que no descanse la pelota en un compañero o compañera, que sea un creído. Que no sea un pedante del fútbol, que juegue a la pelota.

Hace un año atrás mi amigo me pidió que lleve a su hijo, mi ahijado, a fútbol, porque él no llegaba. El pibe la pasó bárbaro, yo me fui horrorizado. El técnico era un bobina a pedal. Le gritaba a los pibes, los trataba como si fueran profesionales, todo era un entrenamiento posta. Gil. Con ganas. Un flaco que era parte del club por haber sido jugador en su adolescencia y debería tener conocimientos en educación física (eso espero).

Había un pibe que corría mucho y le pegaba fuerte. Agarraba la pelota en la mitad de la cancha de papi y le mandaba hasta casi el arco, donde sacaba un tiro bien fuerte  que los arqueros temían. Hacía la diferencia, sin dudas. En ningún momento los que entrenaban a los chicos le decían que era estúpido lo que hacía; al contrario, lo alababan.

No lo vi dar un pase en todo el partido, empujaba a todos en la corrida y pateaba sin mirar si algún compañero estaba en mejor posición. En cualquier partido por los puntos podría destacar, pero en un campeonato largo depende de que el pibe tenga un gran día. No se forma un equipo ahí, solo hay un pibe que corre y patea.

Ni les digo en una cancha barrial: los compañeros lo putean y los rivales le tiran fuerte a los tobillos. Esperaba tontamente que los técnicos le digan que de un pase, que levante la cabeza, que sea compañero. Nada del otro mundo. Eso pido para mi pibe, que el sentido común le gane a las aplicaciones y que un compañero mejor ubicado sea más interesante que los kilómetros recorridos.

Todavía recuerdo cuando jugaba y veía ese pase para tirar, el hueco, la mano levantada de mi amigo que sabía que se la podía dar. Y si era gol me alegraba más. Recuerdo el placer de jugar con el Negro Lucas, que te la daba siempre, o los centros que le ponía al Pipa, agradecido, responsable a la hora de ayudar y meter pero con aires de Roberto Carlos en aquel famoso juego de Play Station.

Cuando terminan la práctica patean penales los chicos. Muchos imitan al Dibu (que la fiebre mundialista no termine jamás), otros festejan a lo Cristiano Ronaldo y el mío sonríe al patear, con una picardía que espero no pierda jamás. Al salir de la práctica le pregunto cómo le fue, si está contento. Hasta ahora me dijo siempre que sí. Que los éxitos continúen. 

viernes, 10 de febrero de 2023

Que fenómeno que sos Miguelito.

Cuando era chico soñaba con ser arquero. Jugaba de delantero en mi club de barrio, pero mi sueño era ser como Nacho González. Quería volar de palo a palo, ser enorme como él. Por eso le pedía a mi tío Miguel, que para todos siempre fue Michi, que me pateara en el fondo de casa.

  Mi tío, muchas veces en mocasines post trabajo, me la tiraba para que vuele. Y si no lo podía hacer me enojaba. Quería gritar “el naaaaacho” mientras caía como una bolsa de papa y Michi se miraba los zapatos castigados por tanta búsqueda de precisión.

  Miguelito lleva en la piel su barrio. Nacido en Capital, vino a Lanús de pibe tras la muerte de su papá. Se le hicieron carne estas calles. Cuando se casó se volvió a Capital, pero nunca olvidó su lugar de pertenencia.

  Mientras yo soñaba con ser Nacho González y cruzar la mitad de la cancha para patear un penal o volar para evitar un gol del Manteca Martínez, mi tío trataba de hacerme hincha de Lanús. Misión imposible, pero se le abrió una oportunidad cuando empecé natación en el club.

  Al tiempo, con ayuda de mi vieja (que se lo tomaba como una mojada de oreja a mi papá), apareció en casa una camiseta del grana. Con cuello, bastante linda. Después un pantalón y más adelante las medias. Hasta que un día, a fines del 1997, fui a un cumpleaños a jugar al futbol vestido de jugador de Lanús. Me parecía genial el Chupa López, aunque el crack era Ibagaza.

  Michi seguía a All Boys porque vive a dos cuadras de la cancha. Algún amor por Boca existió en su juventud. Pero después se encontró con Lanús. Nos solo en el club, sino en el barrio. Venía seguido a ver a su mamá y su hermana, trabajaba ahí nomas de su casa de pibe. Miguelito es de Lanús en todo su concepto, en donde esté, en cualquier lugar y donde quiera ir tras la tormenta.

  Allá por 1998, al principio, mi vieja arrancó a luchar contra su enfermedad. Michi pasaba mucho tiempo en casa. Ahí comenzaron nuestras charlas, algunas complicidades, el tema de Viejas Locas “Me Gustas Mucho” sonando en su Peugeot 504 azul, varias broncas y los partidos de Lanús por la radio.

  Un día le pregunté si era normal hablar solo. Mientras escribo esto me doy cuenta que lo hago todo el tiempo. Muy sabiamente me lo explicó. Si hay algo que Miguel sabe hacer es bajar claridad.

  “El tío lo hace todo el tiempo”, me dijo en tercera persona, a lo Maradona. “Es más, cuando hago algo bien me digo ‘que fenómeno que sos miguelito´ para darme aliento”, explicó simpáticamente.

  Y la verdad es que tenía razón, miguelito es un fenómeno. Ese campeonato del 98 Lanús nos hizo muy felices (la contracara de mi Racing querido que naufragó en la tabla). Facha Bartelt eclipsó a Nacho González unos meses, JJ Serrizuela y Kmet emocionaban y Pinino Mas conducía.

  Recuerdo ese campeonato con un cariño enorme. Lanús se pinchó después de jugar con Vélez (a la postre campeón). Lo ganaba bien, se convertía en el puntero del campeonato y lo tenía para liquidar, pero los de Liniers lo empataron con un golazo del Cholo Posse. Un domingo de otoño, fresquísimo, con Miguel cortando el pasto y la radio a todo volumen. Al mismo tiempo, el paraguayo Brizuela le metía dos a Racing en La Paternal. Fue una tarde triste para todos.

  Antes que arranque el mundial algunas cosas se acomodaron y con mi vieja pasamos a vivir los únicos meses solos que pudimos (que los recuerdo muy bellos). Miguel retomó su vida y venía un poco menos. Lanús me seguía generando empatía, pero volví al 100 con Racing. Llamémosle normalidad.

  Justo un toque antes de que arranquen el 98 fue la primera vez que le dije tío a Miguel. Siempre fui muy tímido y me costaban de pibe las relaciones familiares. Fue la madrugada que mi vieja se descompuso y Michi apareció a las siete de la mañana, un rato después que le avisen. Al toque se hizo cargo de la situación. Digamos el principio del fin en mi cabeza.

  Hay días que voy por la calle y pienso en las cosas que hago bien. Cierro los ojos y pienso en Miguel. Hablo conmigo mismo, me doy fuerza, me digo “que fenómeno que sos Federico”.