De golpe me encuentro con un señor mayor que me cuenta que
tomaba pala. Aunque eso no es lo importante. Lo que realmente pasa es que en mi
cabeza hay una pelea dicotómica entre el periodista/escritor (que ya no sabe
dónde poner el huevo) y el quiosquero/buffetero, que volvió agrandado, pero que
se sabe menos en la discusión.
Mientras, el señor está empecinado en hablarle al
quiosquero, en contarle una historia digna para el periodista. Una tropelía de
andanzas falopas, un bocadito de mousse, una copa de caña en una noche de
boxeo. Pero no la puedo contar acá, el protagonista no me la quiso contar a mí.
Se la contó a otro. Se la contó a mi otro yo.
En la discusión el periodista tiene los mejores argumentos e
ideas para el futuro, pero el quiosquero juega con datos duros. Se tiran con
todo, con maldad (casi siempre el quiosquero). El señor tira nombres
interesantes, para una investigación. Clava dos de barrio y una para la
redacción. Hasta me hace flashear escribir un guion, de algo, lo que sea. Pero el
tipo insiste en contarla para el quiosquero.
¿A dónde va el periodismo? ¿A esta hora pensando eso? ¿En
qué podemos mejorar el programa? ¿Si compro a Messi en el Pes lo tapo a Hulk?
¿En un año tendré el portal listo? ¿A dónde hay un número para llamar al de los
helados? Esto pasa todo el tiempo. Y no está mal, el problema es que no se
llevan bien el periodismo y el comercio.
El señor está por cerrar la narración, es un golazo, pero
acá no la puedo contar. Hay falopa, un
alto personaje de las tramas policiales, abstinencia, un campo y termina con
fútbol. Una historia de sanación, de esperanza, pero también de droga, dolor y
continuidad. Y el tipo se enganchó con el quiosquero, ese que no te la escribe,
no te la quiere contar por acá.
El periodista no dice nada. Está paralizado, no sabe qué
hacer. No tiene el copiright ni la capacidad de traducir la historieta. Pero lo
peor es que se ve acorralado, perdido. No quiere participar. Se siente
desplazado, viene golpeado. Andá a contarle que
va a laburar de lo suyo algún día sin que se cague de risa. Esta
desesperanzado.
El señor se va, pero deja la escena caliente para que un
nuevo cliente/orador tome la posta. En su salida tira una más, de copetín, un
guiño con el quiosquero, una puntada en el hígado del periodista. El que lo
remplaza arranca con una historia berreta, de baño. No tiene fuerza, no le
interesa a nadie. Un remisero que empieza el gimnasio después de un domingo de
asado, ¿a quién le podría interesar?
Claramente es para el quiosquero, que escucha por respeto, solo en la arena mental. El periodista se fue a pensar al rincón, enojado pero castigado por los protagonistas. Con fuerza pero sin armas se duerme, esperando que vuelva el lunes, la radio, los amigos que lo despiertan y por dos o tres horas lo hacen sentir bien.
Claramente es para el quiosquero, que escucha por respeto, solo en la arena mental. El periodista se fue a pensar al rincón, enojado pero castigado por los protagonistas. Con fuerza pero sin armas se duerme, esperando que vuelva el lunes, la radio, los amigos que lo despiertan y por dos o tres horas lo hacen sentir bien.
Una lástima que en frente de un periodista alguien desee
contarle algo a un quiosquero. Es una lástima que no crean que un periodista
también pueda manejar un quiosco. Es una lástima que un quiosquero le gane una
historia a un periodista, tanto como que el periodista se aburra en un quiosco.
¿Quieren la historia? Los espero en el quiosco. Acá no.