martes, 1 de septiembre de 2015

Soy.

Soy de acá, del sur del conurbano. Soy de estas tierras, donde nació el Diego. Soy de Fiorito, Escalada, Lanús, Lomas y de Longchamps (que en mi diccionario significa amor), Soy de Gerli, del Pompeo, de Pinyero también. Claramente soy de Avellaneda. A veces soy de Sarandí y de Banfield, de Turdera y de Lavallol. En ocasiones soy de Glew y muchas veces soy de Korn.

 Soy del barro, de la mierda del sur, de la negrada, de la vagancia y también de los que echaron raíces. Soy de mi vieja, que amó Lanús. Soy de mi viejo que vivió en Lomas. Soy de donde los pibes me acuñaron. Soy de acá nomá.

 Soy de los que se quedaron en 2001, porque "nos caemos a pedazos pero no nos vamos", diría mi viejo. Soy de los que bancan, de los que creen, de los que votan. De los que putean y se quejan pero también razonan. Porque si hay algo que no soy es lorito repetidor.

 Soy mi barrio, mi abuela, mi tío Pedro con sus lentes atados con un alambre. Soy zapatero de alma nunca ejercido. Soy de los trenes, de los ferrocarriles. Soy calderero pero tampoco ejercí, básicamente porque nunca vi una caldera. Soy del Roca y de La Noria. Soy esa baranda que los días con viento se respira cerca del riachuelo.

 Soy de acá, argentino doy gracias a Dios. No italiano, no griego, no armenio. No soy una mezcla de razas, no soy la perfección ancestral sino todo lo contrario. Lo que no se tenía que mezclar, lo que algunos no quisieron que se fusione.

 Soy lo que quedó del amor de mis viejos, la fruta que se cayó de un árbol algo baqueteado, pero el más iluminador que tengo. Soy una contradicción que se quedó para romper las bolas, para que los giles me respeten y no se la lleven de arriba. Soy un grano en el culo para un par, y con eso me alcanza.

 Soy de los bondis, del 405 y el 247. Soy del 520 C que pasa cada tanto. Soy el 283 que te deja cerca de Talleres. Soy de ahí también. De Timote y Manuel Castro. De Marraspin. De donde nació el peronismo familiar. Soy de cualquier linea que me deje cerca de la casa de un amigo. Soy amigo mio, que me hace mejor amigo de mis amigos.

 Y soy de Lonchi, de sus kilometros separatistas, de sus calles con varios nombres, del barro que allá también tienen, de Alsina y de Pavón. Y soy de ahí porque soy amor desde que la vi por primera vez.

 Soy todo lo que no fui hace unos años. Porque algunas cosas cambian si no cambia la esencia. Sino el que cambia sos vos, no las cosas. Y creo que todos saben lo que nunca seré.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Acostumbrarse o no. Esa es la que es.

  El hombre es un animal de costumbre, afirman. A la larga o a la corta termina aceptando situaciones que quizás al principio no toleraba. Me pasa seguido, pero no tanto

Me puedo acostumbrar a que a la democracia más real le digan dictadura. Que las cosas salgan cada vez más caras. Que los que nos tienen que cuidar nos roben. Que las personas vivan en el individualismo más cerrado.

Me puedo acostumbrar a que no haya trabajo de lo que me dedico. Que mis compañeros también vivan en el individualismo, o cosas peores. Que los buenos sean pocos. Que al periodista se le pida mucho y no se le dé nada. Que parece un hobby en vez de una profesión.

Me puedo acostumbrar a los falsos amigos. A las noches sin preguntas, al mar invisible. Me puedo acostumbrar a acostumbrarme, a ganar, a perder y, en ocasiones, a empatar cero a cero. A los asados sin chimi ni pinta, a las horas perdidas, los gritos contenidos. Me puedo acostumbrar a solo hablar por este medio

De lo que no me puedo acostumbrar es de que los equipos de fútbol usen camiseta rosa. Nunca lo voy a entender. 

viernes, 9 de enero de 2015

El silencio no es su idioma

   En Temperley hay un mural que reza “Cromañón nos pasó a todos”.  Si bien hace 10 años fueron aproximadamente 4500 las personas que estuvieron en el boliche de Once, la tragedia nos golpeó a todos. Porque esa noche murieron 194 pibes, pero también estalló el rock, lo que se gestó en la década del 90 y quedó en evidencia un sociedad que muchas veces mira para el otro lado y un poder político que no pensó en las personas.

Ese 30 de diciembre de 2004 hacía calor, Callejeros estaba en auge y Republica de Crómañón era el lugar para cerrar el año. “Terminarlo con una fiesta”,  pensó Daniela Sánchez, integrante de la agrupación Sobrevivientes de Cromañón Zona sur. Pero la noche le tiró una trampa.

  Daniela era una adolecente de 14 años, que no le pidió permiso a nadie y se escapó de su casa para ver a su banda favorita. “Ese año fue el primero que empecé a curtir la cultura del rock,  ir a la cancha, ir a recitales, a tener hábitos de rebelde y revolucionaria”, asegura Daniela. Se fue con un amigo para Once, con toda su inocencia a cuestas. No le gustaba que la banda haya logrado un crecimiento porque eso traía consigo un cambio en la masividad y el público, pero entendía la cuestión: “Las discográficas  utilizan a la música como un producto y no como el arte que es”, reflexiona.

  Llegó sobre la hora y gracias a eso se quedó casi en la puerta, atrás de la escalera que estaba pasando las puertas de ingreso, luego de un pasillo ondulado. “Después descubrí que ese pasillo era una irregularidad del boliche porque no se puede reducir el ancho”, afirma. El lugar estaba muy lleno y hacía mucho calor. Nunca pensó que las cosas andaban mal: “No tenía conciencia de lo que estaba bien. Los medios te vendían el lugar como el sucesor de Cemento y que entraban 5000 personas”, asegura.

Recuerda que el calor era sofocante, sufre más las altas temperaturas después de la tragedia. De golpe se cortó la música y la luz. “Lo tengo todo como diapositiva y lo voy reconstruyendo cada vez que me siento a pensar cuando me tranquilizo. En estos diez años creo que lo hice todos los días. Me sirve acomodarlo, me enseña constantemente cosas”, recuerda sobre el momento que comenzó el incendio.

No puede escuchar “Distinto”, el tema con el que empezó el recital. Ni el primer acorde. La lleva directamente al día de la tragedia: “No soporto ni que la gente lo cante”, afirma.
  
“Mi amigo me dijo que no lo suelte y creo que mi cabeza entendió que era lo único que no tenía que hacer. Son momentos que quedan muy arraigados: me acuerdo el tono de la voz con que lo dijo, el sentimiento que le puso al decirlo. Y eso me sacó adelante: la fuerza que hizo mi amigo y que yo no me solté”, recuerda Daniela
  
  En ese momento Daniela se paralizó. No pudo reaccionar, quedó en estado de shock. “Veía la cantidad de pibes que entraban y salían, la gente que llegaba con agua para asistir porque el calor y el humo te quemaban y no podía hacer nada Mi amigo quería ayudar pero yo estaba pidiendo ayuda porque no podía responder. Es muy difícil procesar el momento. Tantos pibes, tanta desesperación. No tiene lógica”, lamenta

  Lo tomó como una deuda grande. Se lo recriminó. Daniela estuvo ocho años sin poder exteriorizar lo que le pasó esa noche: “Después de esa noche, me iba a dormir y pensaba que me iba a morir. Me atormentaba, no me dejaba estudiar, no me dejaba respirar, no me dejaba hacer nada. No me dejaba desenvolverme en mi vida, estaba atravesada por la tragedia”, asegura.

Un día luego de discutir con su novio, sintió la necesidad de empezar a hablar, pero primero volvió a caer. “Soy técnico químico y trabajaba como analista de control de calidad. Tuve problemas en el trabajo y me echaron. Estuve unos meses desocupada y me di cuenta que descargaba mi ira y mi dolor en mi novio. Pase un mes encerrada en mi casa. Entré en una crisis después de darme cuenta que necesitaba hablar”, confiesa. 

“Cuando empecé a exteriorizar mis problemas me di cuenta que necesitaba contárselo a cualquiera. De a poco me fui soltando. Callejeros calló preso y en una volanteada en Avellaneda me crucé con gente que había visto en algún lugar y fue un quiebre, porque hablé. Me sentí escuchada. Despertó en mí una necesidad de hacer cosas. Automáticamente mi cabeza empezó a sacar ideas y actividades que en ese momento eran un sueño y hoy son realidad. Pero tuve que laburar mucho conmigo para que la situación no me avasalle, no me haga mierda. Fue un proceso largo para entender que eso era lo que necesitaba. Dejé de actuar por inercia”, asegura Daniela

Los medios y la tragedia

  Esa noche entendió el papel de los medios. Vio gente que no soltó la cámara por cubrir lo que pasaba. “Parecía que no tenían alma. Hay un morbo que existe porque alguien lo consume. Los medios tienen una deuda con los sobrevivientes. Y más los medios dominantes. Cuando pasa algo con respecto a Cromañón los primeros que van son cierto grupo que responde a los intereses de la causa”, afirma Daniela.

“Los medios no tiene cuidado sobre lo que cuentan: la guardería y la banda bengalera son mitos que inventaron ellos. En estos 10 años no encuentro cambios: todavía no tenemos voz. Hay medios independientes, diarios digitales que se copan y vienen pero a los dominantes nunca vamos a llegar”, asegura.

El ojo idiota del Rock and Roll

 “Todas las veces que le preguntaron a Andrés Ciro, nunca se hizo cargo. A él no le pasó Cromañón. Cerati contó que en un recital se murió una persona en las vallas y automáticamente dejó de tocar. Es algo que le pasó a él y no pudo dejar de sentirse responsable por velar por la seguridad de su público. Excede a los músicos porque detrás está el empresario y el aparato estatal. En su momento la plana mayor del rock se lavó las manos. En estos últimos dos años hubo un cambio rotundo. Con las adhesiones a la causa de la banda, muchos músicos se comprometieron a partir de Callejeros preso”, reflexiona Daniela

Sobrevivir al presente.

  Hay 4000 pibes sobrevivientes que nunca se cuantificaron.  “El año pasado la Coordinadora Cromañón fue despacho por despacho de la legislatura con una ley que fue aprobada de restitución integral, en cuanto a salud, educación, inserción laboral e indemnización económica. La que nos daban antes, desde el 2005 al 2013, era de 600 pesos. En el 2005 representaba el 98 por ciento del salario vital y móvil; en 2013 el 22 porciento. Es vergonzoso. Es un debito para comprar remedios, no para cualquier cosa. No entiendo porque el familiar y el sobreviviente tienen que salir a luchar a la calle por algo que le deberían dar sin más”, reclama Daniela

“Después de 10 años que nos ningunearon, nos manosearon, nos re cagaron la vida, nos dejaron en un pozo profundo, en la caja negra de la caja negra, ahora nos vienen con aire de grandeza como diciendo ‘No te debemos nada’. Esos tipos cobran para que, supuestamente, uno pueda vivir bien”, dispara. 

Nunca más pasó por el boliche: “Al santuario fui, pero ahora lo sacaron. Todos sabemos quienes fueron. No tuvieron un debate abierto. Hay una articulación pero están solo ellos. El santuario era de todos. La peatonal no. Me preocupa que más no vayan a sacar”, lamenta 

Y a la gente solo la ayuda la gente.         

  Con la agrupación, Daniela encontró donde depositar esas ganas de ayudar. Se reúnen todos los sábados  en distintas estaciones del sur del conurbano para concientizar y pedir justicia y libertad para Callejeros.  En noviembre de 2014 pintaron un mural gigante en Temperley, en la esquina de Pichincha e Hipólito Yrigoyen que contiene las normas de seguridad que hay que respetar: “Fue una necesidad, por protesta y para que alguien lo vea y le sirva. Quería dejar un mensaje que dure y sea positivo. De reconstrucción, de renacer de solidaridad, de empatía, de respeto por el otro, de aprender a cuidarse y cuidar al que tenes al lado. Me encontré con Florencia Menéndez (la muralista que colaboró) que es una bestia y nos dio una mano gigante. Cromañón lo logre transformar. El mural es mi terapia”, afirma.
  
  “Tenemos un proyecto de charlas en las escuelas muy grande. Son charlas sobre Cromañón, sobre las irregularidades y sobre lo que tiene que cubrir un establecimiento público. Hay boliches, shoppings, mercados y bancos que tiene irregularidades. Hay que dejar de ser espectadores. La concientización tiene que estar siempre, donde parás te ganan los medios y este poder político que te estupidiza, que quiere que vos seas un sumiso que no pienses. La misma desregulación que hubo hace 10 años sigue pasando ahora en la Ciudad”, asegura

Lo que vendrá.

  “Nací en los 90, en la miseria de esa década.  Cromañón le pasó a esta generación y hay que hacerse cargo.  Hay ignorancia y ganas de ignorar en la sociedad, porque el sentido común debe existir en cualquiera de nosotros. Y hay también una responsabilidad social que hay que asumirla. Me pasa en la cancha, cuando voy a ver a Racing: si veo una bengala, o la apagas o me puteas. Pero tenes que ver lo que estás haciendo. La pirotecnia tiene que ser manejado por quienes saben del tema”, subraya.

  “Hoy estoy contenta con los pibes que militan, más allá del partido en el que militan. Se comprometen, laburan, van y ponen el cuerpo, porque no es cosa de sentarse y charlar; van a las villas o ayudan a un hospital o un hogar. Y un pibe que se forma con ideales, se muere con ideales. Es importantísimo para la formación de una sociedad mejor”, sueña Daniela