viernes, 11 de mayo de 2018

A lxs que cayeron sin cobrar ni media nota

  No tengo profesión. Aunque la tengo no la tengo, porque no la uso. O no la sé usar. Soy de esos que le erraban al piso y tuvieron un tren que los sacó de la mierda, del sin rumbo. Soy periodista aunque esté rascándome re volado frente a una tele, viendo un partido de Champions. Mientras dos boludos relatan y se comen el mundo. Y yo ahí, tan inerte, tan inentendible, entendiendo poco. No tengo nada para apostar.

  Me quedé sin sueños, sin lugares para escribir, sin meta final o punto de partida. No hay motivación, un día es muy parecido a otros. Seco. Cagado. Meadísimo. Con ganas de flipar. De mandar todo al carajo, de agárrame a piñas con varios. Tengo 15 tipos a los que cagaría a trompadas, otros 15 a los que mandaría a la mierda con las verdades. Fui ese que alguna vez, en algún recuerdo, en algún momento.

  Si, cobré media nota. Una vez, no vaya a creer que pasó dos veces. No, ni cerca. Pero una vez un sobre tuvo mi nombre. Fue lindo, corto e intenso. No le di buen uso. A los quince minutos de agarrar el sobre con la guita me compré un libro de poesías que tardé años en terminar, para que parezca que  estiré la plata.

  Esa vez caminé las calles de Capital, me subí a los bondis con un frió atroz, tomé unos broncoespasmos zarpado. Terminé la nota por las mañanas, muy temprano. Cuando el trabajo que me daba de comer me regalaba un rato para escribir. Como si un amo deje a su súbdito despuntar el vicio. Y así salió esa media nota. Porque la otra mitad la hizo un amigo.

  No vaya a creer que fue un éxito. No, que va. Pasó desapercibida en una publicación ricotera de la revista de la facultad. Gulp cumplía 30, no era para menos. Pero ahí metimos una nota, pechemos y colamos por la ventana. Chochos. Suficiente. Ahora si, agarrate Pagina 12, chupame un huevo Clarín. Que el periodismo se prepare, pensé. Acá vamos. O, en realidad, acabamos.

  Esa fue nuestra primera y última aparición rutilante. Mi amigo se fue para un lado y yo para otro. Al tiempo laburaba en un quiosco, vino un tipo, me contó zarpada anécdota, con un fiscal de la Nación y todo. Pero no tenía donde poner esa loca historia. Por eso la plasmé en un blog, en pleno 2016. ¿A quién se le va a ocurrir?

http://panzaybarba.blogspot.com.ar/2016/10/el-quiosquero-y-el-periodista.html

  Y así pasamos desapercibidos un montón. Entre malas leches y pinchxs egoístas, el periodismo nos saca del cuadrilátero. No les voy a decir que me caí, solo me estoy bajando con dignidad.
Pero celebremos compañeros, que abajo somos un montón… y que cuando nos subamos vamos a hacer un quilombo bárbaro.