lunes, 10 de julio de 2023

SEPAN DISCULPAR

     Entre el sueño flojo, los dolores que trepan la cabeza y corren por los dientes, salen frases que van y vienen y solo algunas pasan a este texto. Las muelas de juicio son malas consejeras, te vuelven loco poco a poco, hasta que queres arrancarte la cara. Un velorio, un amigo que ya no va a estar entre nosotros, los dolores, dormir mal, la tos de un estado gripal descuidado y trabajar como si todo eso no existiera. Disculpen, solo soy un flaco que quiere abrazar al amigo y que le saquen la muela. Pero me puse a escribir entre el mientras tanto y el nunca más.

  En estos últimos quince días hice lo que pude entre el dolor de muela y un estado gripal que podría pasar a ser neumonía si no me medicaban. Pero eso es nada comparado con la muerte de un amigo. El jueves se fue el Chino, re joven, buen pibe, no llegaba a los 40. Vivía enfrente de nuestra casa, un poco en diagonal. Nos cruzábamos seguido porque dejaba el auto en la puerta bajo la sombra de nuestro árbol.  No hay forma de entenderlo, es muy difícil pensar en lo que pasó sin flaquear, sin moquear, sin querer gritarle a Dios.

  No tengo mucho para escribir, este ñewletter lo armé desde la responsabilidad de enviar algo para que ustedes lo lean. No puedo hacer algo de calidad, mi cuerpo fatigado entre dolores y mi alma rota no me dejan explayarme. Quizás este miércoles, si Dios y Sandra la dentista quieren, la maldita muela de juicio, la última de las cuatro, se vaya, salga de mi. Eso aflojaría las molestias que por momentos son terribles dolores, un sufrimiento que llega a ser insostenible, a tomar oído y parte de la cabeza. Las noches volverán a ser noches para dormir, las pastillas abandonarán los bolsillos, el pánico finalizará.

  Pero lo del Chino es otra cosa. No se extirpa con una pinza, no hay pastas ni anestesia que lo borre, no hay mañana para nuestra amistad. Siempre fuimos vecinos y cuando surfeábamos los 15 empezamos a cruzarnos con amigos en común. De más grandes nos volvimos a juntar para pensar una unidad básica que esté al servicio del barrio. ¿Qué pasó en el medio? Una patada que nos distanció un tiempo.

  Cosas de pibes, pero no puedo no hacerme cargo: fui un boludo. Estaba caliente por un mezclado que al toque se desvirtuó con un mal armado y a los 20 minutos era un baile con goleada y alguno que se puso a gozarnos. Mi equipo era un corso y a mi el enojo de la jugada que nos perjudicó no me dejaba ver. Estaba muy caliente con el que había organizado todo y pensaba de qué manera darle su merecido. Pero en vez de elegir el momento y aplicarlo finamente, decidí pegarle al primero que se me cruzara. Ahí ingresa el Chino en la historia.

  Levanté bastante la pata y sin mirar al que gambetaba a un compañero traté de darle lo más arriba que pude. La plancha impactó contra la cadera de él y el golpe continuó hasta tirarlo. Todos se quedaron callados y la persona que había generado este partido desvirtuado y estaba en goce fue el primero en hacer alharaca. En ese mismo instante me sentí un boludo, pegué una patada sin sentido, completamente fuera de contexto, híper violenta y sin ningún tipo de contemplación. Elegí a un pibe bárbaro para golpearlo arteramente y sin motivo.

  El Chino se levantó como pudo, agarró la pelota y la pateó contra mi, rebotó en un banco y le volvió. Lo intentó de nuevo y falló. Agarró sus cosas y se fue. Mi argumento siempre fue el mismo: estaba caliente y me la agarré con el primero que se me cruzó para no agarrármela con quien me quería agarrar. ¿Por qué? Porque ese que se la merecía era muy amigo mío, no entendía la boludez que había hecho de armar los equipos tan a su favor.

  Volvimos al barrio, el Chino iba como una cuadra adelante, recuerdo que llegó primero y dio un portazo. O algo así, lo que más recuerdo es el portazo, el ruido, como sonó, con cuánta razón. A los meses el fútbol nos volvió a cruzar. Jugamos juntos y nos conectamos varias veces. No hablamos entre nosotros. Unas semanas después nos tocó jugar en contra. Por miedo a una represalia me acerqué y le pedí disculpas. Doblemente cagón.  

  Pero él era un tipazo, me aceptó las disculpas al toque, jugamos en contra y todo bien. Volvimos a saludarnos, a hablar, a cruzarnos más seguido por la cuadra, a reírnos. Hasta pensamos juntos en un montón de ideas para la única unidad básica que tuvo el Barrio Pompeo, que pasados los años cada día la recuerdo con más cariño, aunque fue difícil en su momento.

 Muchas cosas juntos, charlas y sobre todo risas. Era un pibe que se reía mucho. Así lo quiero recordar: sonriendo y aceptando mis disculpas. Eso lo hace más grande, más humano, más pibe de barrio. “Con su ropa de plomero olor a leyenda va a tener”, canta el Indio en “Adieu! Bye Bye! Aufwiedersehen!” de El Tesoro de Los Inocentes. Le queda pintada esa frase.

  Disculpen a este pobre escritor que llega al final del texto arruinado, sin la muela, con dos puntos y varias pastis para que la cara no se le haga un globo. No quería fallarles con la entrega ni quería fallarle al Chino. Estas líneas son para él, que desde alguna estrella espero que se esté riendo. En cuanto pueda voy a brindar por vos amigo, con la lata señalando el cielo y los dedos en V.