No hay días como los de la juventud que se queman por las ganas de salir del cascarón, de ver el mundo, de medirse el pecho con lxs otrxs para terminar en búsqueda de un abrazo, mientras se atraviesan peligros y realidades. Esta historia va por ahí, quizás peca de querer ser, pero fue eso y quedó ahí.
Un día se
nos ocurrió con un par de amigos hacer una bandera para llevar a la cancha. Era
verano y estábamos al pedo. Jóvenes, muy jóvenes. Queríamos colgarla como un
ritual, amarla como si ella representara a Racing. Entendíamos que era el
comienzo de algo, la piedra basal de una nueva época.
Íbamos a la cancha pero salteado. En mi caso,
mi viejo me llevaba cuando podía. No me dejaba ir solo, decía que tenía que
cumplir los 18 para que eso pase. Así y todo tenía bastante recorrido, algunos
partidos de visitante y todas las ganas de un pequeño hincha que busca
descubrir ese mundo.
Me llamaba la atención la hinchada, sobre
todo la barra. Como colgaban las banderas, los tirantes, como se acomodaban y
de qué manera entraban a la cancha. Una vez, en Lanús, discutí con mi viejo
porque él decía que pagaba la entrada para ver a Racing, no para el folklore
(que yo defendía). En esa época éramos muy hinchas de la hinchada porque las
alegrías estaban en la tribuna y no en el verde césped.
Entonces qué mejor que mezclar todo lo bueno
que tiene la vida en ese momento y tratar de hacer uno solo. Cancha, amigos,
bandera y si algo más quiere sumarse bienvenido. Una combinación genial que
puede terminar en una pelea brutal o en la gloria racinguista. El caso de esta
historia termina en una tercer vertiente, la nada misma. ¿Habrá algo más
triste?
La cosa fue que después de tirar varias
frases (muchas en broma), elegimos una de La Renga. Lo importante es que a los
tres nos convencía. El proceso llevó unos 10 días, que en aquella época era un montón,
piensen que nos veíamos todos los días. Le pedimos a una vecina que nos arme la
tela y mandamos a pintar las letras. Con el tiempo pensé que la deberíamos
haber hecho nosotros, le hubiera dado un plus.
El trapo debutó en un clásico con Boca, en la
platea D. Por esos años había espacios libres y si no era muy grande la
colgabas tranqui. Fuimos dos de los tres dueños, con nuestros viejos. Una de
las imágenes más lindas que guardo en mi corazón es ver a mi viejo en cuero
revoleando la camisa post triunfo junto a Gabi, el padre de mi amigo (que con
los años se volvió como un segundo viejo para mí)
Un triunfo que nos dio esperanza. Arrancó con
fuerza. Representaba la amistad, el amor, Racing, la victoria, nuestros viejos.
La bandera era muy especial, pensábamos cosas muy locas a través de ella. Me
imaginaba que un día alguien de la barra nos iba a pedir que la colguemos con
ellos, que nos íbamos a ganar un lugar. Ese lugar que a veces no sé si me lo
gané o lo sigo buscando.
La bandera tuvo algunos partidos más bajo la
senda de la victoria, definitivamente el equipo acompañaba. Pero un partido con
Quilmes las cosas cambiaron. Mi amigo, el tercer dueño, el tercero pero no en
discordia, no quiso ir a colgarla. Nosotros fuimos pero sentí que nos había
bajado el precio. Como si la bandera fuera cosa de guachos y él ya no lo era.
Con el tiempo la empecé a llevar solo. A
veces en la mochila y otras envuelta en el cuerpo. La gorra la quiso romper un
día con Lanús porque decían que no podía llevar hilos que posibiliten colgarla.
La gorra, como siempre y en el año que sea, poniéndose la gorra con un guacho y
dejando pasar a los barras. Ahí ya me importaba poco la barra, que nunca nos
vino a hablar (obvio) y que empezaban a bajarse solos del pedestal bobo donde
los había puesto.
Dejé de
llevarla cuando ninguno de mis dos amigos mostraba interés por ella. Como que
me pinché. Me parecía una cagada que toda esa ilusión del comienzo haya durado
poco. No pude jamás entender la perdida de la pasión.
Hasta que
un partido con Boca hablé con mi amigo y le dije que la llevemos. Nada del otro
mundo, elegimos ir a platea y podíamos colgar el trapo. Ya en el auto me
imaginaba los posibles escenarios, que alguien la quiera robar, que la gorra la
zarpe, que se nos caiga, que se nos rompa. El trapo de 2 x 1 iba tranqui en la
mochila de turno. No hubo problemas al ingresar. Los bondis llegaron adentro.
La colgamos
arriba de La Guardia Imperial, tirando a la derecha. Llegamos temprano y había
pocos trapos. El ritual era el de antes: ver el lugar donde ponerla, conseguir
que tenga peso abajo, fijarse que quede bien agarrada, volver a fijarse por las
dudas, repasar los nudos y estirarla al mango. Masomenos eh, a veces repetíamos
las cosas varias veces y otras íbamos de una.
Ese día
realmente tuvo su momento de gloria. Como antes del partido había un homenaje
por los 40 años del equipo de José que salió campeón del mundo, los pusieron a
posar de espaldas a la hinchada cuando faltaba una hora para que arranque el
clásico. Así fue como salió atrás del equipo más importante de la historia del
club. Muy de lejos y pequeña, pero salió en la foto.
El punto de clímax fue a su vez el comienzo
del declive. Un boludo vino y nos puso su trapo, mucho más grande y largo,
arriba del nuestro. Ni le interesó que esté el nuestro. Ahí pensé que todo es
una mierda, que a nadie le importa nada y que el ego le gana a todo. Hay pocxs
que entienden como son las cosas, lo que valen y que se pone en juego. En
general lo pienso. Al menos, a modo de revancha, La Guardia Imperial fue y le
puso otro trapo arriba. Jodete por forro.
Saqué el trapo y enojado con mi amigo por su
apatía general, me fui a colgarlo por ahí. Terminé enganchándolo en la
estructura del techo, el viento le daba de una, tenía cagazo que salga volando
y caiga al vacío. Era una tarde gris y mientras Boca nos hacía precio, mi
juventud, el trapo y mis ilusiones se fueron a mismísima mierda. Nunca más pisó
Avellaneda.
Con el tiempo hizo un par de apariciones en
casa. Una muy prolongada tras un cumpleaños y otras menores. Del tercero que no
estaba en discordia no se casi nada y él hace años que no sabe de la bandera.
Del otro, mi segunda pierna en esos años de cancha, tengo novedades pero no
ligadas a Racing. Hace un tiempo muy largo que no vamos juntos a la cancha y del
trapo no hablamos más.
Para mí representa muchísimo más que una
bandera: es la imagen de miles de recuerdos que no fueron y la idea de que salíamos
de la adolescencia hacia la adultez de la manera más canchera y racinguista
posible. Extraño pensarla como un símbolo de guerra y a su vez de amistad.
Extraño compartir con mis amigos la simpleza de preocuparse por un pedazo de
tela, de preguntarle “¿La trajiste?”. A veces me doy cuenta que extraño mucho y
no sé qué hacer con eso.
Escribir esto fue como volver a verla
colgada, fue volver a preocuparme por cómo va a quedar, si la tele la va a
enfocar, en pensar que alguien podría venir a pedirnos explicaciones, invitar a
sumarnos a lo demás trapos o tratar de robarnos. Gracias por leer esta bandera.
¿Dónde está? No te lo digo ni que me rompan a
piñas, eso sigue intacto.