lunes, 26 de junio de 2023

LA BANDERA

 No hay días como los de la juventud que se queman por las ganas de salir del cascarón, de ver el mundo, de medirse el pecho con lxs otrxs para terminar en búsqueda de un abrazo, mientras se atraviesan peligros y realidades. Esta historia va por ahí, quizás peca de querer ser, pero fue eso y quedó ahí.

Un día se nos ocurrió con un par de amigos hacer una bandera para llevar a la cancha. Era verano y estábamos al pedo. Jóvenes, muy jóvenes. Queríamos colgarla como un ritual, amarla como si ella representara a Racing. Entendíamos que era el comienzo de algo, la piedra basal de una nueva época.

  Íbamos a la cancha pero salteado. En mi caso, mi viejo me llevaba cuando podía. No me dejaba ir solo, decía que tenía que cumplir los 18 para que eso pase. Así y todo tenía bastante recorrido, algunos partidos de visitante y todas las ganas de un pequeño hincha que busca descubrir ese mundo.

  Me llamaba la atención la hinchada, sobre todo la barra. Como colgaban las banderas, los tirantes, como se acomodaban y de qué manera entraban a la cancha. Una vez, en Lanús, discutí con mi viejo porque él decía que pagaba la entrada para ver a Racing, no para el folklore (que yo defendía). En esa época éramos muy hinchas de la hinchada porque las alegrías estaban en la tribuna y no en el verde césped.

  Entonces qué mejor que mezclar todo lo bueno que tiene la vida en ese momento y tratar de hacer uno solo. Cancha, amigos, bandera y si algo más quiere sumarse bienvenido. Una combinación genial que puede terminar en una pelea brutal o en la gloria racinguista. El caso de esta historia termina en una tercer vertiente, la nada misma. ¿Habrá algo más triste?

  La cosa fue que después de tirar varias frases (muchas en broma), elegimos una de La Renga. Lo importante es que a los tres nos convencía. El proceso llevó unos 10 días, que en aquella época era un montón, piensen que nos veíamos todos los días. Le pedimos a una vecina que nos arme la tela y mandamos a pintar las letras. Con el tiempo pensé que la deberíamos haber hecho nosotros, le hubiera dado un plus.

  El trapo debutó en un clásico con Boca, en la platea D. Por esos años había espacios libres y si no era muy grande la colgabas tranqui. Fuimos dos de los tres dueños, con nuestros viejos. Una de las imágenes más lindas que guardo en mi corazón es ver a mi viejo en cuero revoleando la camisa post triunfo junto a Gabi, el padre de mi amigo (que con los años se volvió como un segundo viejo para mí)

  Un triunfo que nos dio esperanza. Arrancó con fuerza. Representaba la amistad, el amor, Racing, la victoria, nuestros viejos. La bandera era muy especial, pensábamos cosas muy locas a través de ella. Me imaginaba que un día alguien de la barra nos iba a pedir que la colguemos con ellos, que nos íbamos a ganar un lugar. Ese lugar que a veces no sé si me lo gané o lo sigo buscando.

  La bandera tuvo algunos partidos más bajo la senda de la victoria, definitivamente el equipo acompañaba. Pero un partido con Quilmes las cosas cambiaron. Mi amigo, el tercer dueño, el tercero pero no en discordia, no quiso ir a colgarla. Nosotros fuimos pero sentí que nos había bajado el precio. Como si la bandera fuera cosa de guachos y él ya no lo era.

  Con el tiempo la empecé a llevar solo. A veces en la mochila y otras envuelta en el cuerpo. La gorra la quiso romper un día con Lanús porque decían que no podía llevar hilos que posibiliten colgarla. La gorra, como siempre y en el año que sea, poniéndose la gorra con un guacho y dejando pasar a los barras. Ahí ya me importaba poco la barra, que nunca nos vino a hablar (obvio) y que empezaban a bajarse solos del pedestal bobo donde los había puesto.

Dejé de llevarla cuando ninguno de mis dos amigos mostraba interés por ella. Como que me pinché. Me parecía una cagada que toda esa ilusión del comienzo haya durado poco. No pude jamás entender la perdida de la pasión.

Hasta que un partido con Boca hablé con mi amigo y le dije que la llevemos. Nada del otro mundo, elegimos ir a platea y podíamos colgar el trapo. Ya en el auto me imaginaba los posibles escenarios, que alguien la quiera robar, que la gorra la zarpe, que se nos caiga, que se nos rompa. El trapo de 2 x 1 iba tranqui en la mochila de turno. No hubo problemas al ingresar. Los bondis llegaron adentro.

La colgamos arriba de La Guardia Imperial, tirando a la derecha. Llegamos temprano y había pocos trapos. El ritual era el de antes: ver el lugar donde ponerla, conseguir que tenga peso abajo, fijarse que quede bien agarrada, volver a fijarse por las dudas, repasar los nudos y estirarla al mango. Masomenos eh, a veces repetíamos las cosas varias veces y otras íbamos de una.

Ese día realmente tuvo su momento de gloria. Como antes del partido había un homenaje por los 40 años del equipo de José que salió campeón del mundo, los pusieron a posar de espaldas a la hinchada cuando faltaba una hora para que arranque el clásico. Así fue como salió atrás del equipo más importante de la historia del club. Muy de lejos y pequeña, pero salió en la foto.

 


 El punto de clímax fue a su vez el comienzo del declive. Un boludo vino y nos puso su trapo, mucho más grande y largo, arriba del nuestro. Ni le interesó que esté el nuestro. Ahí pensé que todo es una mierda, que a nadie le importa nada y que el ego le gana a todo. Hay pocxs que entienden como son las cosas, lo que valen y que se pone en juego. En general lo pienso. Al menos, a modo de revancha, La Guardia Imperial fue y le puso otro trapo arriba. Jodete por forro.

  Saqué el trapo y enojado con mi amigo por su apatía general, me fui a colgarlo por ahí. Terminé enganchándolo en la estructura del techo, el viento le daba de una, tenía cagazo que salga volando y caiga al vacío. Era una tarde gris y mientras Boca nos hacía precio, mi juventud, el trapo y mis ilusiones se fueron a mismísima mierda. Nunca más pisó Avellaneda.

  Con el tiempo hizo un par de apariciones en casa. Una muy prolongada tras un cumpleaños y otras menores. Del tercero que no estaba en discordia no se casi nada y él hace años que no sabe de la bandera. Del otro, mi segunda pierna en esos años de cancha, tengo novedades pero no ligadas a Racing. Hace un tiempo muy largo que no vamos juntos a la cancha y del trapo no hablamos más.

  Para mí representa muchísimo más que una bandera: es la imagen de miles de recuerdos que no fueron y la idea de que salíamos de la adolescencia hacia la adultez de la manera más canchera y racinguista posible. Extraño pensarla como un símbolo de guerra y a su vez de amistad. Extraño compartir con mis amigos la simpleza de preocuparse por un pedazo de tela, de preguntarle “¿La trajiste?”. A veces me doy cuenta que extraño mucho y no sé qué hacer con eso.

  Escribir esto fue como volver a verla colgada, fue volver a preocuparme por cómo va a quedar, si la tele la va a enfocar, en pensar que alguien podría venir a pedirnos explicaciones, invitar a sumarnos a lo demás trapos o tratar de robarnos. Gracias por leer esta bandera.

  ¿Dónde está? No te lo digo ni que me rompan a piñas, eso sigue intacto.

jueves, 15 de junio de 2023

MI PLAZA ES MI MUNDO.

 Una plaza en la parte no céntrica de Lanús, un pequeño espacio cargado de recuerdos y situaciones especiales. Siempre volvemos a los lugares donde nos sentimos conformes, donde fuimos felices. Buscamos otras formas de felicidad, le queremos sacar el jugo al limón. Si venís para acá te espero en mi plaza para mostrarte quien soy, ella puede hablar mejor de mí que más de alguno que dice conocerme.

  “Pinta tu aldea y pintarás tu mundo” es una frase que le atribuyen a León Tolstoi, famoso novelista ruso que falleció hace más de 100 años y es considerado uno de los grandes escritores de la literatura mundial. Dicen que la frase real era “conoce tu aldea y conocerás el mundo”, pero que el tiempo la fue modificando. Es verdad que la primera tiene algo más de mística y poco de refutación, la segunda es muy metafórica. Al caso es lo mismo, la quiero solo para pintar mi mundo: la plaza de mi barrio.

  A dos cuadras de casa está la Plaza Arias, pero todos le decimos la Monroe. No sé muy bien por qué esa dicotomía con el nombre. Ocupa toda la manzana, tiene muchos árboles aunque le faltarían algunos más. Su tesoro más grande es la calesita de don Mario, que hace muchos años murió y su hija ocupó su lugar. Todo el barrio pasó por ahí. Mi generación llegó a conocer a Mario, los pibes nuevos se suben a la calesita con reggaetones y cumbitas.

  Es una plaza que tiene bastante verde, los famosos y modernos juegos de la salud, la mencionada calesita, sube y baja, tobogán, hamacas y los demás juegos. Sin ningún tipo de sentido tiene una tortuga gigante a modo de estatua en la parte con cemento que durante mucho tiempo los nuevos pibes usaron de espacio para las batallas de rap. Tiene dos mesitas con el dibujo del tablero de ajedrez en mosaico, que casi nadie usa para el juego-ciencia. Sus cuatro laterales se transforman en una pista de atletismo que mezcla a los profesionales con los desordenados. Como todo espacio que reúne al pueblo tiene una virgen y varios asientos, para que cuando todo se pudra las señoras vayan y pidan por nosotrxs.

  Ese es mi mundo. Con los barris que caen tipo 19 horas en verano (en invierno es más temprano), que hace años llegaron a un acuerdo y se portan bien. Cuando era pibe eran muy zarpados y la plaza fue un espacio de violencia, sexo y drogas, con algo de rock & roll. Era común encontrar jeringas los domingos por la mañana, preservativos cerca de los árboles y botellas rotas por los pastos. Hasta vi una pareja completamente desnuda garchando sin problemas en el medio de la plaza (algo iluminada) cuando tenía 11 años. Ahora eso lo dejamos atrás, como dejamos atrás los 90´s.

  Cruzar la plaza era toda una aventura de noche. Había que ir con un mayor o ser una bocha de pibes. Siempre abundan las historias de robos y corridas, aunque creo que hace unos años aflojaron. Lo que no sé si fue que aflojaron los afanos o aflojó el mito. Porque como todo mito que va de boca en boca con alguna generación se rompe y se pone difuso. Como no estoy seguro de lo que pasa elijo creer que ya no pasa, que de noche es igual de peligroso que cualquier zona no céntrica de Lanús, donde el Estado municipal no llega por clara decisión de dónde poner el dedo.

  Hace unas semanas vinieron de la municipalidad a la plaza. Un amigo que estaba con su nene escuchó como un tipo con una carpetita y una chica iban diciendo que se podía hacer en cada espacio. A partir de ahí se convirtió en una zona de guerra: quedó completamente removidas, con largos canales para pasar caños y cables, un montón de cemento en donde había pasto para poner (más) juegos de la salud, una fila de baldosas más alrededor (en lo que antes mencioné como pista de atletismo), volaron las dos mesas de ajedrez, pusieron cemento en los últimos caminos internos de barro, unas paredes de tres o cuatro ladrillos que todavía no se define que va a ser y la modificación completa del piso y exteriores de la calesita.

  Te parte el corazón pasar y ver la plaza así. Cualquiera me diría que va a ser para mejor, que va a tener más posibilidades para la gente y facilidades para transportarse, por el cemento. Pero la verdad es que funcionaba, la plaza funcionaba como estaba. No necesitaba la gran mayoría de las modificaciones que tuvo. Y lo más doloroso es que lo hicieron foráneos, forasteros. Porque esa plaza es más mía que de ellos, esa plaza es de los vecinos mucho más que de cualquiera que esté al mando del municipio. Aclaro que el color de los gobernantes me chupa un huevo con respecto a la plaza, entre los vecinos hay de todo, pero los siento más dueños piensen lo que piensen.

  Voy un paso para atrás. En septiembre del año pasado me llegó un mail del municipio que contenía una encuesta para “ser parte” de los arreglos de la plaza Arias. Fui ansioso a contestarlo. Eran pocas preguntas, de tinte muy boludo (¿usa la plaza? ¿Cómo considera que es su estado?). Lo fuerte estaba cuando decía Para disfrutar del espacio, indícanos cuáles de las siguientes reformas te gustaría ver". Las opciones eran cuatro: canil para perros, anfiteatro, más arbolado y playón arbolado. También tenía una opción con “Otros” que podías escribir. Se las dejo acá abajo, porque la dejaron abierta increíblemente y al pedo. O solo para que la muestre en este espacio pedorro.

https://docs.google.com/forms/d/1mclhtcM6H-oOIpr7Qaiygf9SQeueNoUgM1ti9h1m_4w/viewform?edit_requested=true

  Algunas consideraciones de la encuesta: 1) No te llamaba a ser parte, solo te preguntaba cosas. 2) Nadie me asegura que la hayan leído ni que hayan actuado en consideración de los resultados. 3) Las opciones eran impuestas, no salieron de ninguna reunión ni timbrearon las casas como cuando dejan boletas o quieren hablarte de los candidatos, que en Lanús lo hacen TODOS los partidos, no se confundan. 4) No habla de plazos ni de grandes cambios. Tampoco hablaba de las cosas que iban a volar. 5) Por último, los cambios los iban a hacer igual, la encuesta era para que lxs boludxs se sintieran comodxs.

  De todas las ediciones esta es la que más me gustaría explayarme pero al mismo tiempo temo irme al carajo y aburrirlos. Son tantos años en la plaza Monroe, tantos momentos, papá, el guachín, los amigos, los años que estuvo en peligro, lo que significaba en la pandemia. Voy a elegir una sola anécdota: año 1997, Argentina jugaba con Perú por eliminatorias y mi viejo me llevó a la plaza a patear un poco antes que arranque el partido. Cuando estábamos ahí vio un chico tímido que tenía una discapacidad. Al toque lo llamó para que ataje y le pateamos un buen rato, hasta olvidar que jugaba la selección. Obvio, los tres contentos.

  Así lo recuerdo a mi viejo y por estas cosas también digo que la plaza es nuestra, dejamos sentimientos, dejamos lo que somos en cada paso, en cada pasto, en cada espacio de tierra. Ella nos representa y al mismo tiempo nos da identidad. No quiero que me pinten mi aldea porque estarían pintando mi mundo. Eso es imposible. Nadie con una carpetita bajo el brazo lo podría entender del todo.