Ayer salí a comprar y me encontré con Walter. Estaba
tranquilo, caminaba por la plaza con sus jeans cortados. Sus cuarentipocos le
sientan bien. Me saludó con un abrazo y me dijo que iba a ser un día hermoso.
Se fue caminando por la vereda del sol.
Cuando llegué a la ferretería me encontré de nuevo con
Walter. Charlamos un poco del nuevo gobierno, de los despidos, del maldito
protocolo de seguridad. Lo noté preocupado. Los fuertes ribetes neoliberales
que manchan la política nacional le cambiaron los gestos. Estaba asustado. Los
pibes fue su tema principal. Me saludó con un abrazo sentido, casi como no
queriendo despegarse. Se metió ciego en la bruma y lo perdí.
A la tarde me fui a tomar el bondi y me crucé otra vez a
Walter. Triste y melancólico, casi no podía hablar. Se había encontrado con un
amigo, que le contó que se iba a hacer policía. No supe que decirle, me quedé
sin palabras. Quizás no es tan grave, son épocas difíciles. Pero a él le pega
mal. Me dio un abrazo malo, escapando, casi corriendo.
A la noche, después de que la tele me devuelva las imágenes
del día, me encontré con Walter. Lo vi en cada pibe que es golpeado por la
cana, en las políticas de ajuste que tanto criticaron desde sus letras los
Redonditos, en cada madre que pierde a
su hijo. Walter está más vivo que nunca en los pibes, en esas madres y en cada
recital redondo.
Pero vuelve a morir cada vez que las políticas represivas,
con complicidad de los medios de comunicación, piden seguridad y el estado les
devuelve policías. Muere cuando lo fácil le gana al sueño, cuando la comodidad
lo arriesga todo. Muere cada
vez que lo olvidamos y decimos “algo habrá hecho”, porque Walter Bulacio, les
juro, no hizo nada para morir.
Murió cuando el comisario Esposito lo torturó, pero también
cuando ese nefasto funcionario público solo fue juzgado por el delito de “privación ilegitima de
la libertad”, porque, entre otras cosas, Walter era menor. La justicia también
mató a Walter, olvidando por 22 años su causa, llevándola al abandono,
banalizándola. Murió en la muerte de su padre, a quien la tristeza no lo dejó
seguir.
Lo mató la policía y lo volvió a hacer cuando mataron a Luciano
y a Ismael, cuando mataron a Maxi y a Darío. Lo matan todos los días los medios,
criminalizando a los pibes y a sus modas. Diferenciando a los nenes ricos, que
son víctimas de las situaciones, de los
pibes de barrio, que buscan la muerte todo el tiempo. Y por eso mueren, porque
“el que busca encuentra”.
Antes de irme a dormir, apagué la tele. Escuché algo de
música y pensé en él. Pensé en que mañana se cumplen 25 años de su muerte, en
todos esos momentos donde lo recordamos, en su abuela y la lucha más hermosa,
en los Redondos, en Skay y el Indio. Pensé en los pibes. Y hoy me levanté
contento, porque ayer soñé con Walter.
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