La noche del 30 de julio de 1997 Sporting Cristal nos ganó 4 a 1 de visitante y terminó con la ilusión de Racing de volver a jugar una final de Libertadores. Mis viejos estaban casados, en Lanús gobernaba Manolo Quindimil y fuimos a la casa de mis abuelos a ver el partido. El otro día, contra Vélez, estaba yo solo en la tribuna.
Para
la generación de mi viejo fue una de las últimas ilusiones. Para la mía fue la primera
piña. Pero hay una generación en el medio que entre derrotas y frustraciones
fue armando un prototipo de hincha de Racing muy interesante: el curtido. A ese
hincha hoy nadie le puede objetar nada. Comió mierda y ríe con el presente.
Ambas generaciones vamos en busca de la revancha de la noche de Cristal.
Racing
era un equipo sólido en esa Libertadores. No descollaba, dejaba la vida y tenía
mucha hambre. Como en toda la década del 90 era más huevo y corazón que fútbol.
Quizás eso nos faltó en Lima o simplemente ellos eran mejores. Los peruanos
tenían un equipazo, varios jugadores de selección y un empuje bárbaro. Ambos
partidos se dieron en un gran clima.
En
Avellaneda Racing tuvo un recibimiento acorde a su historia. La bandera más
grande del mundo estrenada hacia unos meses volvió a aparecer, papelitos por millones
y gritos eufóricos. El gigante dormido mostraba los dientes. El hincha joven se
cruzaba con el que vió al equipo de José.
Recuerdo
las palabras de Julinho cuando volvió en 2015 como parte del cuerpo técnico del
club peruano: “He jugado en muchos estadios del mundo, incluso en el Maracaná
con 150 mil personas, pero nunca en mi vida había vivido algo como lo que pasó
en esa semifinal. Se movía el piso, la hinchada de Racing saltando, humo,
papelito picado, rollos de papel, fue la mayor sensación que he sentido en una
cancha en toda mi vida. Cada tanto entro a YouTube a ver el recibimiento de la
gente de Racing”, expresó.
Arrancó
ganando Racing, lo empató el Camello Soto (jugador peruano con más presencias
en copa Libertadores) y en el segundo tiempo, con dos jugadas de pelota parada,
Úbeda clavó dos pepas para sacar diferencia. Tuvimos alguna para ponernos
arriba por tres y sentenciar pero no pudimos. Cuando faltaba poco para terminar
Julinho sacó a pasear a Úbeda, metió un gran centro y Luis Bonnet descontó. El
pelado argentino nacionalizado peruano, uno de los máximos goleadores de
Atlanta, se convirtió en un fantasma automáticamente.
Mi
viejo se lamentó toda la vida esas situaciones. Pasábamos de estar 4 a 1 a un 3
a 2 corto. Siempre quedó en el aire la idea de qué hubiese pasado si la cosa
era distinta. Lo que empezó como un fiestón terminó bastante serio. Los
peruanos no eran nada fáciles. Yo era chico, todo me parecía genial. Ganar y
tener ventaja para viajar a Lima estaba joya. Vamo Acadé.
A
la semana fuimos de mis abuelos a comer. Suponía que íbamos a tener una gran
noche y mantener la misma intensidad. Ganar y gozar. Pero de buenas a primeras
el partido se puso muy complicado. Julinho siguió bailando a McAllister padre y
Bonet empujó una pelota para el uno a cero. Delgado empató al rato y hubo unos
minutos de gloria, el cielo en Lomas de Zamora. Duró poco. Nos fuimos al
entretiempo abajo.
En
el segundo tiempo fue una catástrofe. Una linda paliza, el equipo se cayó
anímicamente y el sueño se rompió feo. Mi viejo estaba demolido en la mesa del
comedor, mi abuela se hacía la boluda y de mi abuelo recuerdo quejas pero creo
que por dentro sabía que no había otra chance. Cuatro años después partió. Yo
no tenía consuelo, veía a los jugadores y me daba una pena enorme estar pasando
por eso.
Ahí
el club se fue al carajo. La gestión de Otero dependía íntegramente de ganar la
Libertadores. No había otra. Cuatro meses después Lalín ganaría las elecciones
y pediría la quiebra con continuidad. Nos acostumbramos a estar en la tapa de
los diarios por quilombos, por derrotas tontas o goleadas en partidos
importantes. El título del 2001 fue un oasis entre el bardo de estar gerenciado.
Pasamos de soñar a tener pesadillas.
Este
año hay una revancha que late. No está Julinho, no está Bonnet, no está el
Camello Soto. Tampoco están mis viejos ni mis abuelos. La casa de mi abuela
ahora es una obra en construcción. Vaya a saber a dónde están las tazas que usó
para servir café para hacerse la boluda. Racing es otra cosa también. Compite
pero también gana. La gente pide un salto de calidad (a veces de forma histérica).
Las tapas de los diarios no existen más pero no nos metemos en quilombos.
Racing, después del calvario que empezó en Lima, logró enderezarse.
Es
una gran oportunidad para borrar al fantasma de Bonnet y abrazar con el corazón
a la familia. Nuestra revancha y la de mi viejo, ¡vamo Racing, a la guerra!