viernes, 26 de abril de 2024

UN BIFE PUDRIÉNDOSE EN LA MESADA

 A fines de los 90 el que no se había caído del sistema estaba a punto, en la cornisa, pisando cáscaras de banana. Una época de cambio, de transición, que transformó al país y a su gente. El trabajo escaseaba  mientras que el mundo parecía ir en otra dirección. Mientras tanto, en Lanús, mi viejo no tenía heladera. 

   La década del 90 en Argentina terminó cuando entre la justicia y el pueblo le negaron la re-reelección al Turco. El presidente de la nación quería que le habiliten un mandato más y así mantenerse por 14 años en el sillón de Rivadavia. Con él se fue la década del “deme dos”, los grasosos viajes a Miami, la convertibilidad y la fallida revolución productiva.

  Para 1999 el país era un caos. La tasa de desempleo crecía y se notaba en la calle. Mi viejo laburaba hace rato como ingeniero en una empresa que vendía mallas metálicas para separar la nafta del agua en aviones y otras aeronaves. Con los beneficios cambió el coche, reparó todo lo que pudo la casa y afrontó con dignidad económica la separación amorosa con mi vieja, aunque hubo algunos inconvenientes lógicos e inevitables.

Yo estaba en séptimo grado, mis días eran de fuego y Racing no ayudaba. Viví en Lanús hasta agosto que me mudé a Lomas con él. Hacía casi dos años que estaba en la casa de la pareja, un lindísimo chalet muy cerca del Parque y de la casa de mis abuelos. La vida se me dio vuelta y pasé de ser el niño mimado a uno más de la selva. Un cambio en el guión que me voló la mente. ¡Rock and Roll y fiebre!

  Omar, en cambio, surfeaba entre el trabajo, cuidarme, cuidar su relación amorosa y una casa que le volvió cuando murió mi vieja. La llave se la dieron unos días después y cuando entramos se encontró con un panorama que no imaginaba. Tuvo que ser fuerte y manejar broncas y tristezas para poder pensar con claridad qué hacer.

  A la semana de haber tomado posesión trasladó un par de cosas hacia Lomas. Entre las más importantes estaban la heladera y mi televisión. Obviamente me dejó tomar la decisión a mi, porque “son las cosas de Federico” fue su lema. Entonces la casa quedó muy vacía y por momentos era un espacio insalubre para ambos.

  Al principio íbamos solo los findes, calculo que él se encargaba de hacer alguna escapada en la semana. Pero después me dio las llaves de la casa, las primeras que tuve en mi vida, y fue como hacerme crecer de golpe. Y no fue solo la llave que abría la puerta principal, ¡Omar me dio todas! Hasta las del garaje. Tuve que aprender cada una y saber cómo usarlas. Era un manojo enorme y muy pesado, física y simbólicamente, para un pibe de 12 años.

  Iba cuando salía del colegio y esperaba en la casa, que era mi casa y después también lo fue, que vengan por mi. O iba de un amigo y a la tarde me daba una vueltita para ver si todo estaba bien. A veces comíamos algo ahí y Omar solía dejarme galletitas y latas de gaseosas que se tomaban tibias ya que no había como enfriarlas.

  En todo ese quilombo le avisaron que la empresa de al lado de donde trabaja iba a comprar la suya. Y por una política laboral solo iba a mantener a algunos empleados. Indemnización y chau pinola. Muy década del 90. Para los primeros meses del 2000 mi viejo se quedaría sin trabajo, a los 48 años y después de más de 15 años de servicio. Arrancar de cero después del tendal, con un pibe sin madre y miles de obligaciones.

  Imagino que sería por eso que la mala alimentación y los cigarrillos crecían en su vida. Corriendo de acá para allá, con poca ayuda y muchos bardos un día decidió que lo mejor era comer algo en la casa de Lanús para después de almorzar irnos a Lomas. Un cambio de planes de último momento hizo que me pasara a buscar por el colegio y que nos fuéramos directamente. El dato: era viernes y había dejado un bife en la mesada para que vaya perdiendo el frío que traía.

  Contó después que el bife se puso verde después de estar perdiendo frío y composición por tres días en la mesada de la cocina. La casa no le perdonaba tanta soledad. Recuerdo esos momentos y pienso en el esfuerzo que hizo para cuidarme y que solo tenga en la mente el bife, la casa y las llaves.

  Con el tiempo la cosa no mejoró y una mañana de febrero lo encontré en la cocina de Lomas leyendo los clasificados. Todos pedían cadetes jóvenes, si tenían moto, mejor. Un dejavu de nuestro presente. Hoy todos podemos ser Omar y su apuro para tapar agujeros, olvidándonos nuestros bifes en la mesada.


https://www.youtube.com/watch?v=mI5jnUSA9Ag


viernes, 5 de abril de 2024

ESCAPARATE.

La secuencia de esperar un premio, un regalo, o un simple diario, como si fuera un preciado objeto que no entendía como para otros podía tener fecha de vencimiento. Mis primeros pasos en el periodismo, negándolo, tratando de que sea un hobby. Quizás algún día fue una idea para salir a trabajar al mundo, con todos los condimentos que exige cualquier sociedad con los trabajadores. El final de un oficio y las nuevas formas de distribución, todo junto como un combo de post-modernidad.

 Que los puestos de diarios estén en la calle siempre me pareció una genialidad. No son un local, no es venta ambulante. Son estructuras que están sobre las veredas que ahora resisten contra el tiempo. Toda la plata de un negocio duerme en una esquina y a veces no duerme, porque hay algunos que nunca cierran. Salen de lo común, piénsenlo. Po eso se llaman escaparate.

  Alguna vez, en mi efervescente juventud, quise tener uno. Bah, laburar uno. Cuando empecé a trabajar en el buffet me imaginaba mil mundos mejores en el ámbito laboral. Y eso que al principio no estaba mal, no me parecía un laburo malo. Pero quería otra cosa, tenía aires de libertad, creía en un mundo mejor. Con el tiempo me di cuenta que era un problema de entendimiento.

  Para mi era ir a trabajar, hacerlo lo mejor posible, encontrar pequeños huecos que funcionen de respiraderos, de ventanas soleadas en invierno, y volver a casa para vivir la vida. Ese mecanismo creía que me llevaría a lugares mejores, a armar una carrera laboral, a que alguien diga “che, este pibe vale” y pueda desarrollar mi potencial increíble (que ni yo sabía que existía).

  No recuerdo bien cuando se rompió, pero estoy seguro que fue en el buffet. No había pasado mucho tiempo entre mi comienzo laboral y la desilusión. Entonces cualquier idea de salir del castillo que se había derrumbado era potable. La única concreta fue la de trabajar en una pizzería de Lanús, ya que el dueño era conocido de una amiga y pegamos onda charlando de fútbol. No se dio porque era de noche y yo quería estudiar. Sabia internamente que si me desenganchaba no pisaba nunca más una facultad.

  En el revoleo mi tía Lili me trajo una revista que me dejó flasheado: “El Diariero”. Era una publicación del mundo de los canillitas que tenía buena info, entrevistas con los gremios y una larga lista de escaparates en venta. Cuando leí eso fue un quiebre, me guardé la revista y la revisaba tranqui en casa, más soñando que pensando.

  Había escaparates que se vendían por 100 lucas pesos (calculen que un sueldo promedio en 2007 era de 800 pesos, bueno el mío era más bajo, obvio). Una verdadera locura, pero tenía un sentido: nunca paraban. Son esos puestos que están en Capital y jamás cierran, onda farmacia. Para mi vendían falopa, pero en realidad cada escaparate está regulado y tiene un horario. No apuntaba a tanto.

  Me gustaba uno que tenía unas 12 horas, pero siempre fue un tema levantarse tan temprano. Me imaginaba despertar tarde y correr para entregar tarde los diarios, que Don Pepino del barrio Pinchila me cuestione que cuando se levantó no tenía el Clarín, que en los días que enfermara tendría que tener un reemplazo… Me pareció mucho.

  Mi sueño terminó cuando comencé a estudiar periodismo y el buffet encajaba bastante bien en el diagrama semanal de mi vida. No había que cambiar nada. Seguía enamorado del oficio de canillita pero me alcanzaba con pasar a comprar el diario y saludar a Jorge, el diariero de mi barrio. Con el tiempo descubrí que era hincha de San Lorenzo y que pensaba como yo en un montón de cosas.

  Paraba a la mañana y me quedaba charlando unos minutos. Cuando no laburaba fijo y tenía el día libre me podía quedar una hora charlando con él. Era un hombre mayor, la tenía clara en un montón de cosas y odiaba a Clarín como todo canillita que se vio perjudicado por el monopolio. Tenía un Dodge 1500 naranja que portaba algunos magullones, algunas veces nombraba a la mujer, pero no recuerdo su nombre, vivía en Capital y se venía a Lanús.

  Era un hombre bueno. Simple. Un día casi nos ponemos a llorar juntos. Se había muerto una persona muy importante y los dos estábamos tocados. Recuerdo ese momento con nitidez, fue cuando sellamos la amistad y nos dimos la mano para siempre. Hace unos años dejó el puesto. Ojalá esté disfrutando de la vida.

  Hace poco pasé por la esquina de su escaparate. Ya no estaba la estructura. Ese puesto desapareció. Así como está desapareciendo el periodismo serio también lo hacen los escaparates. El noble oficio de canillita está en extinción. No es solo un trabajo, es todo lo que se despliega de estar en la calle, ser un poco el termómetro del pueblo, ofrecer una sonrisa con información y decir a los que no quieren ser amables qué les parece el clima.

Así como se muere el periodismo que conocemos se muere también quienes distribuían ese material. Hoy todo se pasa por link y somos nuestros propios canillitas. El juego está abierto señores y señoras, hay campo libre para desbordar.


jueves, 28 de marzo de 2024

LOS FANTASMAS

 Cuando te despertás están ahí, esperando para comenzar el día. Saben de todos tus fallos, de lo que huele lo que te duele, de tus escapes y tus frenadas. Te acompañan a tu vida fuera de la casa. Entrenás con ellos, trabajas con ellos, los evitás pero no tiene problemas, vuelven con vos. Cuando por un rato los olvidas se encargan de estar presentes. El alcohol es su cómplice y la noche los pone violentos. Te arropan y esperan que te duermas, mientras vos solo querés desmayar y que ya no estén más. Historias de quienes podrían ser nosotros, pero son ellos.

  Los fantasmas no tienen nombres propios, no representan personas, son escenas de vidas pasadas, oscuras imágenes enterradas en la memoria. Quizás algunas veces toman formas, caras conocidas, ojos de muerte y resurrección, olores de una tarde de primavera que era luz y terminó en fuego. Todos y todas tenemos fantasmas que atender. Son entelequias preparadas para aparecer en los momentos precisos, para no dejar dormir. A veces son situaciones y a veces son puras invenciones de nuestra mente, que labura hasta cuando dormimos. Si alguien te dice que no tiene fantasmas no le creas, solo no les pone ese nombre.

  Hace unos días vimos llorar al exatacante de la selección de Italia Daniel Osvaldo en un video que grabó para sus redes. Sorprende en una persona adulta de casi 40 años que básicamente está pidiendo ayuda a su problemática que consiste en drogas y rock and roll. A partir de ahí vino un análisis boludo de por qué Dani llegó a eso, si es karma y si es real o fingido (su novia, Daniela Ballester, lo había dejado por una infidelidad, aparentemente).

  Creo lo siguiente sobre el asunto: la ruptura con su novia no es el motivo principal, Dani ha pasado por mil relaciones. El auxilio lo pide por él. Está luchando contra sus fantasmas, los que lo acompañaron toda la vida, los que están ahí cuando la mina lo dejó. Ella era una red, una cazafantasmas, una verdadera ayuda. Él no lo pudo evitar y perdió a la persona que lo contenía. No dio más y escupió sus verdades en Instagram. “Mis actitudes vienen desde un lugar de mí que no puedo controlar”, lanzó Dani Stone.



     Dani vivió su vida llena de flashes. Desde que arrancó con el fútbol hasta su banda de rock, pasando por su vida privada. Los medios se le metieron en su casa muchísimas veces. “Me sentía un sapo de otro pozo en el fútbol, ¿qué precio tiene tu sufrimiento?”, contó en una entrevista a Infobae cuando le preguntaban por el ambiente. Sus fantasmas creyó ahuyentar con el primer disco de su banda de rock, Barrio Viejo. Con el titulo lo dejó en claro: “Liberación”.

 Pero Dani no puede dejar esa vida de barri que lo engaña y lo seduce. Cuando parece que está bien, va y se le llena la cabeza de fantasmas. Trata de domarlos, se lava la cara y continua, pero por el momento no lo logra. La joda y la noche lo ponen a bailar el criminal mambo que no hace más que joderlo. No tiene rutina. Los medios no ayudan. Así titula una entrevista La Nación:

“El Johnny Depp del fútbol”. Ascenso y caída de Daniel Osvaldo, el goleador por el que pagaron millones pero eligió vivir como estrella de rock

  ¿Cuál es el problema que haya elegido una vida de estrella de rock? No le robó a nadie, la vive con su plata y con sus fantasmas a su lado. Pero pareciera que está destinado a otra cosa, que nunca va a madurar. “Yo soy de Lanús, de Monte Chingolo, a mi me gusta comer asado en el barrio, en esas cosas soy simple”, explica él. Pero los designios se volvieron fantasmas en su cabeza. Y ahí va el Dani, entre el deber y el hacer, combatiendo sus males y haciendo mil cagadas. Auténtico.

  Otro caso parecido es el Gato Gaudio. Cuando estaba bien te limpiaba de cualquier torneo. Tenía el mejor revés del circuito, o casi. La final a Coria en Roland Garros se la ganó de guapo, porque el Mago se cagó y él creció. Vio el momento exacto donde la gente celebraba la ola como un punto de liberación y jugó suelto. Su cabeza se destrabó y generó el miedo en el otro jugador (que dicen que también estaba repleto de fantasmas). Grabó en el tenis argentino un recuerdo de oro.

  Pero… los fantasmas. El día que estaba mal, que su juego no salía, que sus mejores tiros no tenían contundencia, era una piltrafa. No domó jamás sus espectros, los que hacían que no disfrute nada de lo que pasaba en la cancha. “Que mal la estoy pasando” fue su frase épica en un partido mientras se agarraba la cabeza en cuclillas. Todo un estado de ánimo.

https://www.youtube.com/watch?v=_vmwk4tS3bU&ab_channel=RickyLegui

  “Fui al psiquiatra con toda la música, completito”, contó en una entrevista con Matías Martin. El Gato estuvo en tratamiento mucho tiempo y recuperó la sonrisa. ¿Se habrán ido sus fantasmas? Los que no lo dejaban jugar, los que aparecían cuando la red no dejaba pasar una bola, los que solo estaban en su cabeza. Los que le dieron forma a su personaje, eso también.   

  El Turco García es otro que tiene una gran lucha contra sus fantasmas. La muerte de su papá en el 2000, su adicción a la cocaína, sus años de noche, sus arranques, las infidelidades… Todo eso en una mochila y a la espalda. No le quedó otra. Todas las mañanas tiene que levantarse e ir a laburar.

  En su peor época me lo crucé a la salida de un Racing-River. Estaba parado al lado de una parrilla, en la calle. Con un amigo le pedimos que nos firme la entrada  del partido y yo me animé a preguntarle cómo estaba. Respondió un corto “bien, todo bien” que no convenció a nadie y se quedó mirando los choris.

  Un tiempo atrás había ido a buscar a Diego a Mar de Fondo, el programa de la medianoche de TyC Sports. Afónico y bastante atrevido, le mangueaba laburo al 10. Con todos los fantasmas en la mochila pedía salir de ahí, seguir viviendo, tener la posibilidad, la oportunidad. Los fantasmas deben seguir ahí, pero ya los domó. Me da mucho orgullo que cuente que la chance se la brindó Racing.

  El caso más emblemático de la lucha (y derrota constante) contra los fantasmas es el de Ricardo Centurión. Otro que está invadido por los flashes y los problemas extradeportivos. Vive de recaída en recaída y no parece entender que no es el camino para sus últimos años de profesional. Pero cada vez que lo veo volver a los entrenamientos, a ir a un banco de suplentes, a correr con la pechera, a jugar unos minutos, me parece que le está dando batalla a esos espectros que trae desde su infancia.



  Hago una pausa para aclarar que banco a morir a Ricardo. De joda, con sed, con la de Racing, con la de San Pablo, con la de Boca, con la de Vélez, siempre lo voy a querer bien. Es termo, equivoca los caminos, toma muy malas decisiones, pero siempre está dispuesto a ser primera línea contra sus propios fantasmas, sus culpas y rencores, sus dolores y sus recuerdos chotos. Arriba Richard, queda un rato largo para terminar la pelea.

  No se vayan, viene el cierre.

  Usé deportistas (y la lista la tuve que acortar) para no quemar amigos, amigas, familiares y algunos conocidos y conocidas, historias que conozco, vecinos que queman grasa en la esquina de tu casa y compañerxs de trabajo. Pero que hay historias lo puedo firmar.

  Hay mucha gente luchando contra sus problemas, contra miedos y creaciones mentales. Muchxs cruzan la línea entre lo normal y la paranoiqueada. La salud mental está muy descreída en este país. Acá hablamos con liviandad de fantasmas pero no es joda.

  No dejes de pensar nunca que el que está a tu lado está luchando contra sus fantasmas, contra eso que le molesta, que le duele, que lo pincha en sus mejores momentos, que lo desinfla, que lo deja desnudo ante el dolor. Hay quienes los pueden domar, otros que se rinden antes de pelear y quienes aprenden a convivir, sabiendo que caerán derrotados y vencerán en proporciones parecidas. Pero nadie puede escaparse, porque aunque no los veas están. Y los vas a sentir. 


https://www.youtube.com/watch?v=2oK0QEcloIo&ab_channel=BarrioViejo


viernes, 5 de enero de 2024

NI EL PERIODISMO NI LA POLICIA.

 ¿Cuál será mi lugar en el periodismo? Una pregunta sin respuesta, en constante cambio, sin luz al final del túnel. ¿Y si el periodismo soy yo? Las ganas de sobrepasar este quilombo que mezcla profesión, estudios y todo lo que te hace ser un hombre del futuro. Pequeños pensamientos de un boludito de la luna, porque mi vieja crió un idiota de corazón lunático y mi viejo me dijo que por Racing de la vida, que lo siga, que lo siga.

  Un día me anoté en medicina. Bah, en ese picadero que es el cbc de la UBA. Stop. Una aclaración: amo la universidad pública, pero detesto la élite estúpida que cree que puede machacar a los y las alumnxs en base de ser mejores todos los días. D’Angelo debe estar leyendo esto con cara de culo. Perdón ingeniero, pasan los años y sigo pensando que no fue necesario.

  Sigo. Me anoté esperanzado. El Doctor Cavalli, o algo así. Mi abuela me quería coser la chaqueta cuando me recibiera, cosita… lo pienso y me da gracia con finas notas de vergüenza. Dicho de frente manteca, en el cbc me enseñaron hasta donde te podés sentir un boludo y me dejaron desnudo para siempre. Ojo, puse lo mejor de mi para que eso sea así. Nunca me ubiqué en la cancha y en mi mejor momento me fui atrás de una piba. O esa fue la excusa para escapar del choque final.

  Cuando ya estaba en el tercer año, un desastre estrepitoso, se murió mi viejo. Ahí decidí empezar a decidir por mi mismo. Me entregué a Racing, a los amigos y amigas, algún romance de invierno y a trabajar. El cbc quedó atrás, previo haber gastado algunas balas de salva cuando debería haber tirado con plomo. Atrás dejé malos tratos de los profesores, excesos de contenido solo para que la choques y cuestiones administrativas que eran un laberinto. Salí por arriba.

  Con la insistencia directa de mi tía Liliana y la insistencia tacita de mi abuela, me anoté para periodismo en Sociales de Lomas. Lili me averiguó fechas, me consiguió el material y hasta me acompañó a anotarme. Un poco por copada y otro poco porque no quería que me escapara de la situación. Di el examen de ingreso y cuando me mandaron la carta avisando que había ingresado se la regalé a mi abuela. Para mi la historia terminaba ahí.

  La vieja se ilusionaba conmigo. Que se yo, mambos de abuela. No la veía, como dicen ahora los boludos. Y yo no quería que pensara que iba a hacer algo con mi vida. Si pasaba pasaba, pero no quería que espere al pedo. Por eso creo que tantas veces traté de que entienda que era el nieto díscolo, aunque tenga competencia. Igual le mandaba. Andá a saber que mundos dentro del periodismo imaginó que iba a caminar este hincha de Racing.

  Tardé bastante en arrancar pero después de un par de tropezones, algunas locuras y una buena piña, la máquina comenzó a andar. Mi mejor momento de la facultad, la cabeza abierta, todo puesto en pos del crecimiento académico y con muchas ganas. Las notas acompañaban y me puse algunas reglas que tenían un mandamiento único sobresaliente: no recursarás. Obvio que no lo cumplí, pero era la idea que perseguía.

  Una pequeña anécdota y cierro el envío. Después de la piña, en el siguiente cuatrimestre, cursé solamente historia II. Linda materia, mucho para leer, buenos profesores, temas copados. Pero llegaba a casa y me pinchaba. Como vivía solo o me dormía o agarraba para hacer cualquier cosa, desde perder el tiempo o entretenerme con cosas sin solución. Volver del  laburo era un problema. No me funcionaba estudiar a full una semana antes.

  Reconocí el error y actué. Salía de trabajar en el buffet de Agrarias y me iba al de Sociales. Pedía un café con leche y me sentaba a leer (solo le hago algunas marcas al texto). Le metía un poco más de dos horas, cerraba todo y me volvía a casa. Al llegar, me bañaba, calentaba algo para comer y me iba al sobre. Al otro día repetía la función. Así me recuperé y conseguí el hábito.

  Retomo. El envión duró unos años y ese momento me hizo pensar en el periodismo como una cosa seria. Escribí bastante, trabajaba de forma pedagógica en la agencia de la facultad y me quise meter por todos los agujeros posibles. Hasta que una combinación de malas decisiones, señales que no agarré, desencuentros laborales y el puntazo final hicieron que se me baje la libido periodística.

  Los forros ganaron lugar y hoy te la venden como aggiornarse o como lo que hay que hacer para sobrevivir. Para mi son unxs egoístas que lamentablemente buscaron siempre su propósito y nunca quisieron hacer algo colectivo. Lamento profundamente que mi camada en la agencia haya sido tan ombliguista. A una parte la quiero lejos, a otra le deseo lo mejor y a unxs pocos los valoro a pesar de que todo sea igual en el tramo final. ¿Lastima? A Nadie, Maestro

  El periodismo que yo quería hacer no existe más, el nuevo está lleno de forrxs que buscan clicks y el que viene no me tiene en cuenta desde el vamos. Así como nunca quise ser policía, ahora no quiero ser esto que llaman periodista. Los extremos se tocan. En el fondo lo único que quiero es ver a Racing campeón, la vuelta en Avellaneda.

viernes, 24 de noviembre de 2023

CINCO ESQUINAS

  No es una esquina, son cinco. Parece que se están enfrentando. Rompen con la lógica de las cuatro puntas de las bocacalles, rompen con la normalidad del tránsito de cualquier paisaje. Son las cinco esquinas para todos los del barrio. No tienen la clásica distribución simétrica y eso las hace especiales desde el vamos.

  Un enorme escudo de Lanús que dice “Los pibes del Oeste” es una de las caras de estas esquinas, como carta de presentación. “No se cómo explicarlo porque sentirlo es mejor, la barra XIV”, también aclara uno de los laterales. Al otro lo acompaña la frase “En el sur somos todos de Lanús” con la firma del Diego, que no es de nadie y es de todos.

  Otra de las caras tiene su cara, con una pequeña barba y los colores nacionales. Los ojos y la boca sobre el blanco, el pelo y la pera sobre el celeste. Algunos pasan y lo tocan, lo saludan como un ritual, como uno que no está, pero estará siempre.

   Sobre el lateral de la cara de Maradona está el espacio que en épocas electorales se utiliza para poner el nombre del candidato y el cargo que quiere ocupar. Justo en diagonal acompaña un palo de luz con la cara de dos candidatos opuestos. La política, siempre local, intercede en el paisaje. Un camión blanco con la caja celeste se acuesta sobre la calle tapando el nombre del candidato.

  En otra esquina hay un viejo quisco que ya no está operativo. Tiene un pequeño techito de esos que se abren las hojas con una manivela, algo gastado, con un poco de oxido. Arriba tiene un balcón extraño con una ventana pegada. A modo de ofrenda tiene unas flores en una botella cortada, sobre una ventana blanca cerrada. Es una imagen de otra época, sin dudar.

  A la vuelta del viejo quiosco está la carnicería del barrio. De ahí salen personas derrotadas por los precios pero con sus bolsas de comprar. Una señora se sube a la bici y trata de atar su bolsita roja al manubrio. No lo consigue y se anima a pedalear con la mano derecha sosteniendo la gloriosa y salada carne, mientras la izquierda agarra fuerte el manubrio.

  En la tercera esquina, por ponerle un número a las ochavas, un portón negro con algunas manchas amarillas irrumpe la pared donde antes (en clara evidencia) se lucía la frase “Mi felicidad es poder contemplarte”. Se ve que el vecino prestó la pared y después pegó un autito. Las calles del Conurbano no están para dejar dormir un coche afuera, entonces el portón le ganó a la frase, aunque dejaron sus puntas y con conocimientos de la banda Nahual se puede entender lo que dice.

  El pasto está largo y las baldosas faltan como en varias calles de la ciudad de Lanús. Sobre un palo de luz se indica que hay una loma de burro sobre esa esquina para los que vienen desde la Avenida San Martín, pero ahora le llaman “reducidores de velocidad”, son de color negro y amarillo, de un plástico que en no mucho tiempo se resquebrajará con el sol del verano y el paso de camiones y autos.

  En la esquina que falta mencionar hay una casa pintada de verde, un aire acondicionado rompe la estructura, se sale de la pared de golpe, tiene impericia y energía la forma en la que vive. Sobre la vereda hay un Volkswagen Polo color vinotinto que su dueño trata de arreglar para que vuelva a arrancar. En eso da un paso atrás y pisa al perro, que da un quejido y sale disparado al cordón. No es tonto, no baja a la calle. El muchacho le dice que ese no es lugar para ubicarse y lanza un improperio. El perro lo mira pero no le ladra nada.

   En las cinco esquinas hay árboles secos que esperan la primavera, un caniche pasa corriendo sin rumbo, una camioneta transita con un megáfono colgado de un palo que alguna vez fue parte de una estructura. Un cartel dice “Internet full sat 6009-7100” y no podría definirse si es el futuro o el pasado. Una casa posa con el cartel de venta de la inmobiliaria Brandolino. Un perro corre la camioneta gris de su dueño que viene del trabajo a dejar al pibe que labura con él. A lo lejos se ve una casa rodante que duerme en la calle sin sus ruedas. Muchos palos de luz, muchos cables que se cruzan entre si.

Postales de un barrio que tiene cinco esquinas.

viernes, 20 de octubre de 2023

ENCENDEDOR ROJO

 Un amigo que fue policía un día me trajo un encendedor rojo. Cubrió un partido del ascenso y me lo obsequió. Él lo tomó prestado del piso, después de que otro agente se lo retirara prudencialmente y de buena manera, de mutuo acuerdo, a un hincha de Chicago que se quedó sin lumbre para encender su cigarro de tabaco.

  La cosa es que el rojo es un color que no me gusta para nada. Cuestiones futbolísticas, obviamente no es algo contra el color. Es una cosa que se lleva en la piel. ¿Mi sangre? Colorada, de rojo no tengo casi nada. Es una ley no regalarme nada con ese color ni intentar que me ponga algo que lo contenga.

  Hay una remera manga larga que era de mi viejo bastante buena que me pareció prudente no termear y retenerla.   A los veinte me puse una cintita que me duró tres años, para cortar la envidia. Creo que logró su cometido, lo volvería a hacer. Uno no cree en brujas pero que las hay, las hay. También tengo la camiseta del Arsenal con el número cuatro de Cesc Fabregas, una belleza que no es profesional pero es la mejor imitación del planeta. Son excepciones a la regla, solo eso.

  Y el encendedor podría ser la cuarta excepción. Es de la marca de las tres letras, la de las lapiceras, la buena. Hoy cotizan fuerte, la inflación y la chatarra que viene de otros lares hizo que sean un elemento preciado. Debo decir que, para mi, son los más lindos. No hay con qué darles. De los que podes comprar en el quiosco son los mejores. Los Maradona de los encendedores.

  Como es un regalo de un amigo (lo haya tomado de la forma que lo tomó le da un condimento entre turbio y amoroso) es especial. Entonces lo cuido, lo tengo guardado en un lugar secreto de la casa y casi nunca lo pongo en la cocina, el espacio donde puede ser utilizado para vulgaridades como prender la hornalla o el calefón. Para eso están los fósforos, que son tan palurdos que vienen acompañados de 200 más en una cajita.

  Lo tengo guardado para ocasiones exclusivas, como prender esos churritos paraguayos que ya no pegan pero que me hacen tirar humo. La salvación de caer en el vicio del cigarro otra vez, después de tanto batallar, tanto aguantar. También le da calor del bueno a la pipa que hace años se recarga para volar por los aires, aunque ya no tan seguido. Es el escape a esta realidad, con medio cogollo y el fuego sagrado del encendedor rojo todo puede pasar.

  Es también quien enciende la antorcha de papel de diario para que queme las roscas que están hechas del mismo material, que a su vez encenderán madera para que a su vez enciendan el negro carbón traído de la verdulería de Silvia. El comienzo de algo magnífico: el fuego para asar. ¡Quién pudiera tener tanto protagonismo!

  Sale para esas cosas y vuelve a su lugar, no hay mucha vuelta. Tiene tres zonas para habitar: el espacio secreto, el techito de la parrilla o mi bolsillo. Hay veces que pienso que es un simple encendedor, que de una escapada al quiosco más cercano consigue otro igual. Esas son las horas que bajan, donde el encendedor se pone a morir. Trato de negarlo, pero es así. La inevitable tendencia a quedarse sin gas. Todo es tristeza y decepción. Ríen los fósforos, un desaire sin sentido se arroja sobre mi.

  Está con poco fuego, le cuesta chispear. Ya no es la llama sagaz y encendedora que prendía fuego lo obvio. Lo uso para lo indispensable. Compré uno verde de esos baratines por las dudas, una compra dolorosa. El final del gas se acerca y la lumbre que nos unió se va a terminar. El único calor que quedará es el de mi amor. 

jueves, 14 de septiembre de 2023

YA SUFRIMOS COSAS PEORES QUE ESTAS.

  En una noche nos dimos cuenta que los pibes y pibas de nuestra generación siempre estuvieron en peligro, que los noventas estuvieron cargados de bardos y el exceso de rock no lleva a nada. No hay que ser un estudioso para darse cuenta que la pasión no es sinónimo de tragedia y que siempre se puede estar mejor o peor, dependiendo de cuánto luches por eso.

  Antes de Cromañon no teníamos conciencia. Parece. Visto desde acá, un tiempo irreal, nos causa gracia y hasta fantaseamos con la idea de que vuelva a ver qué pasa. Pero esos días ya no retornarán, hay mucha muerte detrás de ellos, los pibes y pibas que dieron su vida en ese boliche mientras sonaba Callejeros rezan que así no sea, que a los noventas se los lleve el viento y no vuelvan más.

  Hace 15 días en Avellaneda estuvimos a punto de vivir otra tragedia. En el partido entre Racing y Boca fueron muchxs lxs hospitalizados, lxs que cayeron después de una avalancha con la gente entrando, lxs que tuvieron que salir por la reja que da a la ambulancia. Sin lugar a dudas estaba sobrevendida la capacidad del estadio, había más gente que la que podía contener.

  Ojo, el Cilindro es un espacio seguro, con salidas relativamente eficientes y que las podés encontrar fácil. Y tampoco es el único estadio que está explotado en una definición de campeonato. Son varios los que me dicen que en los últimos partidos de River hay mucha gente, que se ven bastantes apretados.

   Esa avalancha de gente me hizo acordar a varios partidos de mi juventud en la tribuna, donde parecía que pasarla mal era estar al filo de la muerte y que si algún día me cansaba de ese ritual estaba la platea donde podría refugiarme como cagón y exiliado, como persona no grata. Porque de pibe se va a la popular, no se entiende de otra manera. Y eso que los partidos con mi viejo eran en la platea D, ahí vi a Racing empatar con Españól en mi primera vez.

  Esa idea estúpida de que estar apretado y en posiciones que no se sostienen todo el partido parece que es la manera de vivir el fútbol si vas a la popular, hoy material de descarte, ya que cada día crecen más las plateas. Donde te corrés un poco los dirigentes te ponen una butaca. En Racing pasa todo el tiempo. ¿Se vienen estadios para ver los partidos sentados? Si es así, pagá. Porque lo que más les interesa es hacer caja, que cada asiento sea un socio poniendo guita. Cada vez más popular, cada movimiento más alejado de la gente.

  Una pequeña anécdota.

  Copa Libertadores 2015, cuartos de final, partido de vuelta. Racing vs Guaraní (Paraguay). Llegamos tarde con mi primo Martín. El estacionamiento de siempre estaba cerrado, había colmado la capacidad. Hacía 18 años que no jugábamos esa instancia. La vez anterior nosotros éramos pibes. Entrar a la cancha fue un caos, en el cacheo de la puerta ocho todo se desmadró y terminé arriba de una mujer policía, pidiéndole disculpas mientras me sonreía.

  Al entrar la cosa fue peor. Era un estadio repleto y llegar a donde queríamos para juntarnos con los nuestros sería muy complicado. Empezamos a buscar cómo trepar. Permiso y gracias, siempre. De esa manera al menos calmás la molestia que generás. Faltaba una hora para que arranque el partido. Subir escalones era una verdadera proeza.

   De golpe empecé a notar que no éramos bienvenidos ni mucho menos. Los murmullos fueron mutando a gritos, los sacudones lógicos se transformaron en verdaderos empujones. No estábamos en condiciones de quedarnos ahí, tampoco podíamos avanzar ni subir a buscar a nuestros amigos.

  “¿A dónde mierda quieren ir?” me gritó uno con cara de desencajado. Miraba al alrededor y veía mucha gente que no le tenía la cara. Hasta que divisé a un señor morocho, de unos 50 años, pelo negro tupido, que siempre paraba debajo de donde lo hacíamos nosotros, apoyando un pie en el fierro de abajo de los paraavalanchas. No nos conocíamos, pero su rostro me trajo la tranquilidad como de quien sabe dónde está.

  Aunque grande fue mi desazón cuando el señor comenzó a empujarme como si fuera un simio desbocado. Creo que me decía “rajá rajá”, pero quizás mi mente juega una mala pasada. Se hizo el guapo mientras los demás lo acompañaban. Después de algunos forcejeos terminé entre una pareja, el pibe me dice “yo saqué entradas para verlo con mi novia y vos caes ahora y me cagás la noche”. A esa altura no tenía ganas de ver el partido y me preocupaba no ver donde había quedado Martín en el revoleo.

  La popular tiene eso de anárquica y descontrolada, pero siempre hubo ciertos manejos que eran de ese mundo. Algunas variantes hicieron que en un punto de los últimos 20 años se volcó mucha gente a ver futbol en la cancha que no vienen de ese palo (una sensación personal: ubico esa fecha a fines del 2009).

Redondeo la anécdota, ya termino, no se vayan.

  Cuando no quedaba otra opción que salir para algún lado antes que el contagio haga que alguno se anime a golpearnos, apareció una mano. Imagino mi cara de tensión y le sumo la de susto cuando esos cinco dedos me agarraron la campera entre el hombre y el cuello y me tiraron para arriba. Mi ángel de la guarda nació en Llavallol, le dicen Ferna y está loco de remate.

  Pero no solo me sacó del bardo sino que al toque ubicó a Martín y lo trajo de nuevo con nosotros. Desde ahí Ferna comandó el ataque hacia los giles de abajo. Entre insultos recuerdo escuchar que soltó un “nosotros venimos siempre”. Eso me despertó y saque pecho. Insulté a los giles, al flaco de la novia le dije un par de cosas y putié en varios idiomas al señor del paraavalancha, pero se hizo el otro. Después de ese día  estuve un año y medio mirándolo para que me diga algo, se ve que era guapo cuando se otros lo alentaban. No lo vi más pero se que algún día nos vamos a encontrar.

 A eso le siguió un flaco que se descompuso cuando terminaba el primer tiempo y al querer salir por la puerta ocho estaba cerrada de afuera con cadenas. Algunos muchachos de La Barra 95 rompieron todo a pura patada y pudo llegar a la ambulancia que lo llevó al Fiorito.

  El otro día a mis amigos y a mi no nos pasó nada de eso, pero vi la posibilidad que pase en otrxs. Han sido muchas las tragedias de las cuales nos tocó aprender. No pudimos reír sin llorar. No la tiremos al lateral. No se puede vivir de la caja con el aporte de los socios y socias.

  Los clubes son de la gente, la calle todavía es de la gente, la vida no está privatizada. Alejemos la tragedia. No seamos termos.