sábado, 4 de octubre de 2025

LA NOCHE DE CRISTAL

   La noche del 30 de julio de 1997 Sporting Cristal nos ganó 4 a 1 de visitante y terminó con la ilusión de Racing de volver a jugar una final de Libertadores. Mis viejos estaban casados, en Lanús gobernaba Manolo Quindimil y fuimos a la casa de mis abuelos a ver el partido. El otro día, contra Vélez, estaba yo solo en la tribuna.

  Para la generación de mi viejo fue una de las últimas ilusiones. Para la mía fue la primera piña. Pero hay una generación en el medio que entre derrotas y frustraciones fue armando un prototipo de hincha de Racing muy interesante: el curtido. A ese hincha hoy nadie le puede objetar nada. Comió mierda y ríe con el presente. Ambas generaciones vamos en busca de la revancha de la noche de Cristal.

  Racing era un equipo sólido en esa Libertadores. No descollaba, dejaba la vida y tenía mucha hambre. Como en toda la década del 90 era más huevo y corazón que fútbol. Quizás eso nos faltó en Lima o simplemente ellos eran mejores. Los peruanos tenían un equipazo, varios jugadores de selección y un empuje bárbaro. Ambos partidos se dieron en un gran clima.

  En Avellaneda Racing tuvo un recibimiento acorde a su historia. La bandera más grande del mundo estrenada hacia unos meses volvió a aparecer, papelitos por millones y gritos eufóricos. El gigante dormido mostraba los dientes. El hincha joven se cruzaba con el que vió al equipo de José.

  Recuerdo las palabras de Julinho cuando volvió en 2015 como parte del cuerpo técnico del club peruano: “He jugado en muchos estadios del mundo, incluso en el Maracaná con 150 mil personas, pero nunca en mi vida había vivido algo como lo que pasó en esa semifinal. Se movía el piso, la hinchada de Racing saltando, humo, papelito picado, rollos de papel, fue la mayor sensación que he sentido en una cancha en toda mi vida. Cada tanto entro a YouTube a ver el recibimiento de la gente de Racing”, expresó.




  Arrancó ganando Racing, lo empató el Camello Soto (jugador peruano con más presencias en copa Libertadores) y en el segundo tiempo, con dos jugadas de pelota parada, Úbeda clavó dos pepas para sacar diferencia. Tuvimos alguna para ponernos arriba por tres y sentenciar pero no pudimos. Cuando faltaba poco para terminar Julinho sacó a pasear a Úbeda, metió un gran centro y Luis Bonnet descontó. El pelado argentino nacionalizado peruano, uno de los máximos goleadores de Atlanta, se convirtió en un fantasma automáticamente.

  Mi viejo se lamentó toda la vida esas situaciones. Pasábamos de estar 4 a 1 a un 3 a 2 corto. Siempre quedó en el aire la idea de qué hubiese pasado si la cosa era distinta. Lo que empezó como un fiestón terminó bastante serio. Los peruanos no eran nada fáciles. Yo era chico, todo me parecía genial. Ganar y tener ventaja para viajar a Lima estaba joya. Vamo Acadé.

  A la semana fuimos de mis abuelos a comer. Suponía que íbamos a tener una gran noche y mantener la misma intensidad. Ganar y gozar. Pero de buenas a primeras el partido se puso muy complicado. Julinho siguió bailando a McAllister padre y Bonet empujó una pelota para el uno a cero. Delgado empató al rato y hubo unos minutos de gloria, el cielo en Lomas de Zamora. Duró poco. Nos fuimos al entretiempo abajo.

  En el segundo tiempo fue una catástrofe. Una linda paliza, el equipo se cayó anímicamente y el sueño se rompió feo. Mi viejo estaba demolido en la mesa del comedor, mi abuela se hacía la boluda y de mi abuelo recuerdo quejas pero creo que por dentro sabía que no había otra chance. Cuatro años después partió. Yo no tenía consuelo, veía a los jugadores y me daba una pena enorme estar pasando por eso.




  Ahí el club se fue al carajo. La gestión de Otero dependía íntegramente de ganar la Libertadores. No había otra. Cuatro meses después Lalín ganaría las elecciones y pediría la quiebra con continuidad. Nos acostumbramos a estar en la tapa de los diarios por quilombos, por derrotas tontas o goleadas en partidos importantes. El título del 2001 fue un oasis entre el bardo de estar gerenciado. Pasamos de soñar a tener pesadillas.

  Este año hay una revancha que late. No está Julinho, no está Bonnet, no está el Camello Soto. Tampoco están mis viejos ni mis abuelos. La casa de mi abuela ahora es una obra en construcción. Vaya a saber a dónde están las tazas que usó para servir café para hacerse la boluda. Racing es otra cosa también. Compite pero también gana. La gente pide un salto de calidad (a veces de forma histérica). Las tapas de los diarios no existen más pero no nos metemos en quilombos. Racing, después del calvario que empezó en Lima, logró enderezarse.

  Es una gran oportunidad para borrar al fantasma de Bonnet y abrazar con el corazón a la familia. Nuestra revancha y la de mi viejo, ¡vamo Racing, a la guerra!

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