viernes, 5 de abril de 2024

ESCAPARATE.

La secuencia de esperar un premio, un regalo, o un simple diario, como si fuera un preciado objeto que no entendía como para otros podía tener fecha de vencimiento. Mis primeros pasos en el periodismo, negándolo, tratando de que sea un hobby. Quizás algún día fue una idea para salir a trabajar al mundo, con todos los condimentos que exige cualquier sociedad con los trabajadores. El final de un oficio y las nuevas formas de distribución, todo junto como un combo de post-modernidad.

 Que los puestos de diarios estén en la calle siempre me pareció una genialidad. No son un local, no es venta ambulante. Son estructuras que están sobre las veredas que ahora resisten contra el tiempo. Toda la plata de un negocio duerme en una esquina y a veces no duerme, porque hay algunos que nunca cierran. Salen de lo común, piénsenlo. Po eso se llaman escaparate.

  Alguna vez, en mi efervescente juventud, quise tener uno. Bah, laburar uno. Cuando empecé a trabajar en el buffet me imaginaba mil mundos mejores en el ámbito laboral. Y eso que al principio no estaba mal, no me parecía un laburo malo. Pero quería otra cosa, tenía aires de libertad, creía en un mundo mejor. Con el tiempo me di cuenta que era un problema de entendimiento.

  Para mi era ir a trabajar, hacerlo lo mejor posible, encontrar pequeños huecos que funcionen de respiraderos, de ventanas soleadas en invierno, y volver a casa para vivir la vida. Ese mecanismo creía que me llevaría a lugares mejores, a armar una carrera laboral, a que alguien diga “che, este pibe vale” y pueda desarrollar mi potencial increíble (que ni yo sabía que existía).

  No recuerdo bien cuando se rompió, pero estoy seguro que fue en el buffet. No había pasado mucho tiempo entre mi comienzo laboral y la desilusión. Entonces cualquier idea de salir del castillo que se había derrumbado era potable. La única concreta fue la de trabajar en una pizzería de Lanús, ya que el dueño era conocido de una amiga y pegamos onda charlando de fútbol. No se dio porque era de noche y yo quería estudiar. Sabia internamente que si me desenganchaba no pisaba nunca más una facultad.

  En el revoleo mi tía Lili me trajo una revista que me dejó flasheado: “El Diariero”. Era una publicación del mundo de los canillitas que tenía buena info, entrevistas con los gremios y una larga lista de escaparates en venta. Cuando leí eso fue un quiebre, me guardé la revista y la revisaba tranqui en casa, más soñando que pensando.

  Había escaparates que se vendían por 100 lucas pesos (calculen que un sueldo promedio en 2007 era de 800 pesos, bueno el mío era más bajo, obvio). Una verdadera locura, pero tenía un sentido: nunca paraban. Son esos puestos que están en Capital y jamás cierran, onda farmacia. Para mi vendían falopa, pero en realidad cada escaparate está regulado y tiene un horario. No apuntaba a tanto.

  Me gustaba uno que tenía unas 12 horas, pero siempre fue un tema levantarse tan temprano. Me imaginaba despertar tarde y correr para entregar tarde los diarios, que Don Pepino del barrio Pinchila me cuestione que cuando se levantó no tenía el Clarín, que en los días que enfermara tendría que tener un reemplazo… Me pareció mucho.

  Mi sueño terminó cuando comencé a estudiar periodismo y el buffet encajaba bastante bien en el diagrama semanal de mi vida. No había que cambiar nada. Seguía enamorado del oficio de canillita pero me alcanzaba con pasar a comprar el diario y saludar a Jorge, el diariero de mi barrio. Con el tiempo descubrí que era hincha de San Lorenzo y que pensaba como yo en un montón de cosas.

  Paraba a la mañana y me quedaba charlando unos minutos. Cuando no laburaba fijo y tenía el día libre me podía quedar una hora charlando con él. Era un hombre mayor, la tenía clara en un montón de cosas y odiaba a Clarín como todo canillita que se vio perjudicado por el monopolio. Tenía un Dodge 1500 naranja que portaba algunos magullones, algunas veces nombraba a la mujer, pero no recuerdo su nombre, vivía en Capital y se venía a Lanús.

  Era un hombre bueno. Simple. Un día casi nos ponemos a llorar juntos. Se había muerto una persona muy importante y los dos estábamos tocados. Recuerdo ese momento con nitidez, fue cuando sellamos la amistad y nos dimos la mano para siempre. Hace unos años dejó el puesto. Ojalá esté disfrutando de la vida.

  Hace poco pasé por la esquina de su escaparate. Ya no estaba la estructura. Ese puesto desapareció. Así como está desapareciendo el periodismo serio también lo hacen los escaparates. El noble oficio de canillita está en extinción. No es solo un trabajo, es todo lo que se despliega de estar en la calle, ser un poco el termómetro del pueblo, ofrecer una sonrisa con información y decir a los que no quieren ser amables qué les parece el clima.

Así como se muere el periodismo que conocemos se muere también quienes distribuían ese material. Hoy todo se pasa por link y somos nuestros propios canillitas. El juego está abierto señores y señoras, hay campo libre para desbordar.


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