jueves, 6 de abril de 2023

DÁSELA A TU COMPAÑERX, SOLO ESO TE PIDO.

 Si nos preguntamos qué queremos de los pibes que juegan fútbol no deberíamos decir más que “con la felicidad de ellos nos alcanza”. Pero hay mucho más en lo que se viene, en esa energía inocente y sus modos. El día de mañana será tarde cuando  las aplicaciones le ganen al sentido común y nuestros hijos e hijas festejen los kilómetros recorridos o el mapa de calor de cada uno.

Pensé que llevar al nene a fútbol iba a ser una experiencia amena para ambos, que a mi me alcanzaba con que se divierta y a él le iba a interesar socializar y correr un rato. Con lo último no me equivoqué: salió contento con solo hacer esas dos cosas. En cambio, yo sufrí como un boludo los 60 minutos de actividad.

Ya en sus primeros pasos dentro de la cancha me asusté al ver que dudó para donde tenía que correr. No quería que me busque con la mirada y al mismo tiempo quería darle una indicación al estilo Profe Córdoba, a los gritos, para que me escuche. Rápidamente enganchó y metí un suspiro salvador.

Después vinieron los juegos al estilo “mancha” y “quemado”. Ahí cayó un par de veces pero masomenos se mantuvo feliz. A esa altura yo estaba desesperado y temeroso de ver qué pasaba cuando el profe le tire una pelota. ¿La podrá dominar? ¿Recordará algo de lo que hacíamos en casa con las pelotas pequeñas? ¿Será mejor que yo o tendrá la misma desgracia estética al frenar el balón?

Debo decir que fui un tonto, que creí que esos ejercicios podían definir algo. Desde ese primer día hasta hoy pasó un mes y cada vez le sale mejor. A su tiempo, no escucha a nadie cuando lleva la pelota. Lento, como cocinando algo despacio, sin ningún tipo de apuro, suave. Patear fuerte es una cuenta pendiente, pero ya llegará.

En uno de los entrenamientos hizo todo como siempre: agarró la pelota, esquivó los conos y encaró al arquero. Siempre le sale un tirito, un pif. Esa vez pateó bastante fuerte. Quizás fue porque acomodó mejor el cuerpo o solo porque le salió. Levantó la cabeza y me buscó detrás del arco. Cuando me vio levantó el pulgar. Respondí el gesto y sonreí. Cuando enfiló al medio de la cancha se dio vuelta, me dio la espalda. Ese fue el momento donde agaché la cabeza y me tragué las lágrimas.

Los profes son macanudos, pero a veces eso no alcanza. Porque lxs pibxs se desordenan fácil, porque no todos entienden los juegos de la misma forma, porque al ser recreativo hay cierto aire flu a enseñar, porque en el fondo son pibxs, simplemente. Hay que saber llevar a 15 personas que tienen ganas de correr y jugar, pero en sus primeros pasos son devorados por una furia única que solo se ve en la niñez.

Y lo peor son los padres. Porque los vemos tratando de dar indicaciones antes que los chicos entren, intentando mirarlos en el juego para que un gesto sea la interpretación exacta que el pibe o la piba enganche increíblemente y entienda el juego. Nunca quise ser esos padres, me niego a decirle una indicación a mi hijo por sobre el técnico/entrenador/profe.

Que mundo señores y señoras, nunca lo había imaginado y ahora apenas lo estoy conociendo. Me aterra ser un boludo, un padre boludo, que es peor. No hay mucho que le pueda enseñar, nadie sabe tanto. Hay una edad donde solo debe importar jugar, divertirse y correr, sin destino, con ganas, sin objetivos y al mismo tiempo sin saber que quizás sea de las últimas veces que corran libres.

A mí me gustaría que el pibe ataje. De chico le decía “el mini Musso”, por el arquero del Atalanta que en esa época estaba en Racing. Pero lo veo entrar con la 15 de Lisandro y pienso que goles son amores, que puede levantar la vista y dedicarme un gol en el Cilindro, buscándome entre la gente, mientras papá se emociona como cuando la tira afuera en el fulbito recreativo.

Pero eso es lo de menos, lo que quiero es que aprenda a jugar. No hablo de tácticas, no hablo de la técnica, sino que aprenda el juego. Que aprenda las formas en las que el juego se pone lindo, las que son feas y de qué manera puede sentir placer dentro de una cancha. La dinámica de lo impensado hará lo suyo después.

No me gustaría ver un egoísta, un pibe que solo sabe gambetear o correr y no piensa en el juego. Todxs queremos hacer un gol, pero ese no es el único placer del fútbol. No quisiera que se volviera un robot, que quisiera lucirse solo, que no descanse la pelota en un compañero o compañera, que sea un creído. Que no sea un pedante del fútbol, que juegue a la pelota.

Hace un año atrás mi amigo me pidió que lleve a su hijo, mi ahijado, a fútbol, porque él no llegaba. El pibe la pasó bárbaro, yo me fui horrorizado. El técnico era un bobina a pedal. Le gritaba a los pibes, los trataba como si fueran profesionales, todo era un entrenamiento posta. Gil. Con ganas. Un flaco que era parte del club por haber sido jugador en su adolescencia y debería tener conocimientos en educación física (eso espero).

Había un pibe que corría mucho y le pegaba fuerte. Agarraba la pelota en la mitad de la cancha de papi y le mandaba hasta casi el arco, donde sacaba un tiro bien fuerte  que los arqueros temían. Hacía la diferencia, sin dudas. En ningún momento los que entrenaban a los chicos le decían que era estúpido lo que hacía; al contrario, lo alababan.

No lo vi dar un pase en todo el partido, empujaba a todos en la corrida y pateaba sin mirar si algún compañero estaba en mejor posición. En cualquier partido por los puntos podría destacar, pero en un campeonato largo depende de que el pibe tenga un gran día. No se forma un equipo ahí, solo hay un pibe que corre y patea.

Ni les digo en una cancha barrial: los compañeros lo putean y los rivales le tiran fuerte a los tobillos. Esperaba tontamente que los técnicos le digan que de un pase, que levante la cabeza, que sea compañero. Nada del otro mundo. Eso pido para mi pibe, que el sentido común le gane a las aplicaciones y que un compañero mejor ubicado sea más interesante que los kilómetros recorridos.

Todavía recuerdo cuando jugaba y veía ese pase para tirar, el hueco, la mano levantada de mi amigo que sabía que se la podía dar. Y si era gol me alegraba más. Recuerdo el placer de jugar con el Negro Lucas, que te la daba siempre, o los centros que le ponía al Pipa, agradecido, responsable a la hora de ayudar y meter pero con aires de Roberto Carlos en aquel famoso juego de Play Station.

Cuando terminan la práctica patean penales los chicos. Muchos imitan al Dibu (que la fiebre mundialista no termine jamás), otros festejan a lo Cristiano Ronaldo y el mío sonríe al patear, con una picardía que espero no pierda jamás. Al salir de la práctica le pregunto cómo le fue, si está contento. Hasta ahora me dijo siempre que sí. Que los éxitos continúen. 

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