Hace unos días falleció Veneno. Nunca lo llamé por su apodo, consideraba que decirle “Edu” era lo acorde a la relación entre un buffetero y un cliente. Pero con el tiempo esa división lograda por una barra se fue deshaciendo. Con el tiempo no había etiquetas, solo dos personas que se respetaban y siempre estaban dispuestas a escucharse. Edu, aparte de cliente, era una gran persona. Y también un muchacho muy querido por todos los que trabajábamos en el buffet.
Veneno era del rojo. No era un fanático de esos que son insoportables, pero era hincha. Bastante me tuve
que bancar sus cargadas. Una vez pegó un cartel en una de las puertas del
buffet que tenía el nombre de varias ciudades y decía “Te gané en todos lados”.
No vino a mostrarla, solo la pegó y se fue. Cuando ya no estaba me reí mucho, a
pesar del dolor de saber que era real. En esa época perdíamos en todos lados.
Pero su relación con el
fútbol era más barrial, tenía otra conexión. Simpatizaba fuertemente con
Temperley, al punto que varias veces estaba por sobre el rojo. Existía una
cuestión territorial, un tema que iba más allá del fútbol, de lo que pasaba en
la cancha. Un día me lo explicó: sentados en la mesa uno del buffet me dijo
“¿sabés que difícil es hacer a un pibe hincha de un club que estuvo tanto
tiempo hecho mierda? Nunca tenés la tapa de los diarios para que el pibe vea a su
club. La vida social se reciente”. A Edu le debo La Teoría de los Dos Gigantes.
Pero no solo el fútbol
fue lo que nos atravezó, también la música. Del palo del rock pero de otra
época, me marcó errores en las canciones de Callejeros. “Si ellos cantan ‘no
escucho y sigo’ están avalando que su público haga lo mismo”, me dijo un día
señalando el grabador con el dedo indice y el cigarro amarrado al comienzo de
ese dedo. No lo hacía para pelear, lo hacía para que pensemos, para que no
repitamos como loros. Edu era un tipo
que, sobre todo, pensaba.
También me compartió su
música. Algo que voy a atesorar para siempre. Me hizo conocer al dúo Pastoral.
No me voy a extender mucho, googleen tranquilxs y escúchenlo por su propia
cuenta. Todo va en gustos. Pero esas letras son increíbles, eso es innegable.
Edu era un fan de los de antes, que se reunía con otros fanáticos al estilo
“club” y se la pasaba fomentando que otros la escuchen. Se reía de las bandas
de cumbia que reversionaron sus temas, pero le enojaba que no nombren a la banda,
que no aclaren que esos temas no fueran suyos. Edu sabía que la primera vez que
escuché “En el hospicio” fue a través de Simplemente Nahuel. Quedó pendiente
una muestra en la facultad sobre el dúo, alguna entrevista en la radio, dejó
tanto a través de Pastoral.
Me contaba detalles de
los procesos de grabación, como la inusual doble canción grabada de una y
separada en dos partes, lo que los inspiraba, cuestiones de shows, la vida
musical de Miguel Ángel Erauskin y la trágica muerte de Alejandro De Michele.
Me regaló un MP3 con toda la discografía y me aclaró que tenía dos temas
inéditos. En esa época, You Tube casi que no existía. Edu era feliz mientras me
explicaba cosas del dúo, mientras me regalaba su música. Hoy me cuesta
escucharla, me remite a esa felicidad y me genera un nudo en la panza.
Edu estaba lejos del
apodo. Para nada era Veneno, pero al mismo tiempo para todos y todas los que
convivimos los días laborales y universitarios con él sabíamos bien quién era Veneno y
que ese apodo era cariñoso. Tenía la palabra justa, la solidaridad para
sentarte a explicarte algo, la picardía para hacerte reír y la inteligencia
para saber dónde estaba parado todo el tiempo.
No sé como fueron sus últimos tiempos porque hacía rato que no nos veíamos. No tenía mucha actividad en las redes y yo hace rato no trabajo en el buffet. Sé que estaba mal, que sus días se apagaron de a poco. En el medio del quilombo laboral me llegó un mensaje de mi primo: “Veneno está internado, muy mal”. Se me paralizó la cabeza. Le escribí a los pibes, amigos de la facultad, y me respondieron empeorando el panorama. Al otro día me desperté con la peor noticia.
Todavía lo veo entrando
por la puerta de costado del buffet, cigarro en mano, anteojos bastante
profundos, un jean y un buzo, a lo sumo una camisa sobria. Los rulos intactos
en las puntas, una sonrisa que es una mueca y los ojos tratando de apuntarme.
“¿Qué haces nene? Haceme un café” y una bocanada de humo. “¿Jarrito Edu?”, le
pregunto. Con el humo saliendo de la boca asiente con la cabeza y los ojos.
Pongo la taza y prendo la máquina de mierda que me hace renegar como un logi
todo el día. Edu mira el horizonte y yo lloro, como un pelotudo.
“Siento el tiempo en
mi cuerpo
Dejando nuevas pisadas
Sobre aquellas huellas viejas
Que ya estaban
Y trato hoy de saber
Que es mejor tal vez no
Tal vez no sea el
suspiro
Frágil de una brisa tenue
Que despierta
El que me recuerde
De donde robar ternura el día
Que no tenga…”
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