miércoles, 11 de diciembre de 2024

ELLA NO MATÓ A UN GASISTA MATRICULADO

 Esta historia comienza un lunes después de romper la manija del horno de la vieja cocina de casa. No quedaba otra que llamar a Marcelo, nuestro gasista amigo. La cita fue al siguiente martes, porque los tiempos de él no son los nuestros, ni los de nadie. La boleta de gas había venido cargada y había olor a que no era por los aumentos de este gobierno desquiciado, sino alguna perdidita rebelde. 
 
 Venía tanteando hacía unos días largos el consumo directamente del medidor. Sentía que Metrogas nos estaba cagando, pero quería ir con la verdad, con los números arriba de la mesa. Unos días antes de que llegara Marcelo tuve un ataque de furia después de que mi suegra me dijera que sentía olor. “Tu mamá siempre siente olores y no la pega nunca”, le dije a Martha. En parte tenía razón yo: si bien había una pérdida y no lo sabíamos no había un punto de fuga, por ende no había olor claro a gas. 

  Todas esas mediciones y broncas se fueron al tacho cuando Marcelo puso el manómetro y su columna marcó el principio de este problema. El cambio del robinete de la cocina fue una pelotudez y lo solucionó al rato, cuando todo era tristeza y desazón, cuando ya se veía venir un gran quilombo. Martha me dijo el número que podía llegar a salir y me senté en la parte de atrás de la casa con las manos en la cara a pensar un buen rato. Solo veía imágenes en blanco y negro. 
 
 Cuando la tarde promediaba, Marcelo se sentó y agarró una lapicera. Me le paré al lado y de arriba contemplaba la escena. Números largos, nombres de piezas que desconocía, varias opciones de donde comprarlas y un aviso: “me decís que ya tenes todo y vengo”, dijo con seguridad. Hubo miradas de cansancio, de preocupación, de inseguridad, momentos de resolución y de quilombo. Le dije a Marce que lo alcanzaba hasta la casa, con más gratitud que ganas. 
 
 Martha estuvo rápida y en 18 horas tenía tres presupuestos. La mañana del miércoles estaba cargada pero parecía que se podía lograr en tiempo récord (para nosotros). Volví a casa, agarré la plata que habíamos conseguido y nos fuimos a comprar. Llegamos al lugar, nos atendió un señor muy amable con nosotros, la señora que estaba cansada de la vida (y suponemos que de su marido) y el muchacho que hace las veces de ayudante. Cargamos las cosas y saludamos. Volvimos a casa para tomar mate y festejar nuestra velocidad.
 
 Pero claro que nuestros tiempos no son los de Marcelo, un gasista/electricista que es tan errante como yo. Ni bien salimos de la casa de sanitarios y puse primera le dije a Martha que le podía escribir para avisarle. Ella me contestó una genialidad: “ya lo hice mientras pagabas”. Una jugada rápida que pensó y ejecutó a la perfección. 
 
 Nuestro hombre prometió estar al otro día cerca de las 10. Creímos. No teníamos porque no hacerlo. Las últimas 48 horas habían sido muy agitadas y solo queríamos que se termine esta fase, la de arreglar el tema con una nueva instalación de gas. Después vendrían mas boletas de altísimos precios y gastos extras que cubrir. 

  No solo no vino el jueves sino que no se comunicó hasta que por fin respondió un mensaje el miércoles siguiente. Dijo haber estado muy enfermo y que al otro día estaría en casa a las 10. Una semana después. Martha comenzaba su enojo con frases como “voy buscando otro gasista”. 
 
 Ese día vino, pero a las 12. Trabajó hasta las 17.30, con un parate de una hora donde me contó mil anécdotas, de las buenas eh. Al otro día llovió y era viernes feriado. Sábado y domingo no vino. Cayó el lunes a todo ritmo y se ausentó con clavada de visto y promesas rotas hasta el siguiente lunes. Martha ya me decía que era “un hijo de re mil puta”. Simplemente. 

 Pero esta vez era más difícil de tragar: el jueves fue asueto y yo estuve todo el día en casa, esperándolo. No había que arreglar horarios, no había ni siquiera que ser puntual. Otra clavada de visto y la ilusión al tacho. Volvían los insultos, Martha hablaba de que era para matarlo, ya tenía otros presupuestos por si nuestro hombre desaparecía. 

  No está de más aclarar que hacía un frio del carajo, que nos dormíamos más que vestidos, que bañarse era el mejor momento del día y que “La concha de tu madre Marcelo” era una frase que repetíamos como mantra. Sin auto porque murió la batería en el medio de todo esto, la vida se había puesto muy helada. 

  Hubo cosas lindas también, pero siempre con la idea de que si nuestro hombre viniera todo sería mejor. De golpe metió dos días y pidió unos materiales. Había que conseguirlos rápido porque eso podría dilatar todo. Estábamos sin mesada de la cocina, lavando los platos atrás, en el lavadero. Un amigo prometió ayudar e ir a buscar lo comprado con su auto. 

  No voy a decir el nombre para no quemarlo, pero es un amigo muy querido que tuvo la mala suerte de tener dos días de pelotudo y abusar de nuestra confianza. Cuando Martha lo llamó para ver si al final iba a cumplir su promesa le dijo “iba a ir después de llevarle el auto a un mecánico por un ruidito y al final se lo tuve que dejar”. Metíamos la mano en una bolsa de conchas y sacábamos la pija de Pie Grande. 

  Un gran vecino nos ayudó a cambio de nada, pero le conseguimos algo que necesitaba porque somos buena gente. A este si lo nombro: Arturo, muchas gracias toda la vida, gracias por esa alegría. Martha se subió al auto y trajo las cosas, otro obstáculo esquivado. Ahora si, dale Marce que ya estamos. 

 Se tomó otros dos días y el lunes prometió estar. Nuestro hombre no solo es errante sino que además es gasista/electricista. Las tiene todas, maneja el tiempo como su billetera y sus condiciones pueden. Ese lunes falló, pero lo peor es que también falló el calefón. Nos fuimos a dormir enojados y sin bañarnos. A esa altura le pedía a Martha que no me meta mas ficha que se me iba a volar la tapa de los sesos de la bronca. 

 Al otro día era el feriado del 9 de julio, quise comprar el repuesto del calefón pero no encontré nada abierto. Tuvimos que irnos a bañar a lo de Ale (que es como mi mamá). Martha y el nene se bañaron joya. Yo sufrí porque la ducha se puso en puta conmigo. Tenía muchísimo frió, solo me mojaba un hilo de agua tibia y mi bronca era incontenible. Supe que peor no se podía estar y que al otro día Marcelo aparecería, porque si no iba a dejar que Martha lo mate y pensaba declarar que yo era el culpable. 

 El miércoles 10 de julio, casi un mes después de haber comenzado y con pocos días trabajados, nuestro hombre conectó la estufa y salvó su pellejo.